martes, 29 de diciembre de 2009 | | 0 comentarios

SOLEMNIDAD DE SANTA MARIA MADRE DE DIOS CIRCUNCISION DEL SEÑOR EN LA OCTAVA DE NAVIDAD
JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ
AÑO NUEVO 2010
El día 1 de Enero todos los años nos invita a contemplar todas estas realidades, unas litúrgico-religiosas, otras cívico-sociales y de valores humanos. Quizás demasiadas cosas para pensar en un día que se va entre campanadas de medianoche, champanes y comilonas. No está mal que celebremos cosas, pero nos puede suceder que olvidemos el sentido profundo de la celebración y nos quedemos solo en la hojarasca y los perifollos.
Voy a intentar resaltar algunos de los “sentidos” celebrados en este día acompañado por las lecturas que la liturgia nos propone para este día.
Por ser el inicio del año, las lecturas se abren con una preciosa bendición de parte de Dios que debe abarcar todo el año:
“El Señor te bendiga y te proteja”. Parece un buen deseo, pero es siempre una realidad. Dios siempre “dice bien” de mi, de nosotros. Desde el inicio de la creación “dijo” y quedaron hechas todas las cosas que eran buenas y muy buenas, sobre todo cuando creó al hombre y la mujer. Y no solo “dijo” sino que “dice” continuamente, por lo que permanece y persiste tu ser y mi ser. Soy ahora porque Dios me está bendiciendo. Y seré siempre porque Dios es fiel. Sentir esta realidad me hace gozar y agradecer este inmenso don. Soy desde el Amor y soy capaz de amar al Amor y a todas las cosas y personas creadas por ese Amor. Además Dios cuida de su creación y de sus creaturas. Dios es providente y fiel. No falla. Dios nos protege siempre y es garantía de Vida, en medio de las vicisitudes de esta nuestra vida. Caminamos de su mano y nada hemos de temer. El futuro está abierto y es esperanzador.
“Ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor”. Que Dios se acerque a ti, te mire, te introduzca en su casa y aposento; que Dios se fije en ti. Esto hizo con Moisés, con David, con María… Esto hace con cada uno de nosotros. Él se acerca tanto que nos toca y nos hace de su estirpe. Si la Luz se nos acerca, nosotros quedaremos iluminados, resplandecientes, transformados, luminosos, radiantes. Quedaremos contagiados de tal forma que seremos “luz de Luz”. Este es el gran favor que Dios nos hace. Nos hace hijos en el Hijo. Sucede lo que Pablo nos cuenta en la segunda lectura. Veremos.
“El Señor se fije en ti”. “El Señor se ha fijado en la humildad de su esclava”. Parece que a Dios le gusta fijarse en alguno. Será mejor decir que Dios se fija en todos porque a todos nos llama a la vida y nos llama (vocación) con una misión concreta. Muchas veces esta llamada de Dios nos da “vértigo” cuando no miedo. A veces nos apetecería decirle al Señor que se fije en otro, que nos deje en paz, que somos “niños” o “tartamudos” o “ancianos” y no estamos preparados para la misión a la que nos envía. No somos capaces de entender que es con mucho lo mejor aquello que el Señor nos pide que hagamos. Además, si Dios se fija en nosotros nos da también la fuerza, su Espíritu para que seamos muralla y baluarte, para que podamos engendrar incluso en la ancianidad, para que podamos hablar aunque seamos tartajas o poco dotados. Que el Señor se fije en nosotros en una bendición. No la desperdiciemos.
“Y te conceda la Paz”. Estamos en la jornada de la Paz. Paz que debe ir mucho más allá de ausencia de guerra, pero que no estaría mal que empezáramos por ahí. No estaría mal que transformáramos nuestras armas en “arados y podaderas”. No podemos olvidar que la Paz es un Don. Evidente que es también tarea del hombre, pero ha de venir de lo alto. Somos incapaces de crear estructuras de paz si no nos abrimos y dejamos invadir por el Espíritu de Dios. Nuestro egoísmo, egocentrismo solo puede romperse o superarse si nos abrimos y creemos en el otro. Pero esto es posible solo si somos capaces de transcender al Otro. La clave de la Paz es Jesucristo. Él es la Paz; la Paz que se nos ha concedido justamente en la Encarnación, en el Enmanuel, en el “Dios Salva” que es el nombre de Jesús.
Pablo a los Gálatas (4,4-7) Nos dice que el “tiempo se ha cumplido”. Quizás sea mejor decir que ha llegado la plenitud de los tiempos. Estamos abriendo un año nuevo (2010) y la Palabra nos dice que el círculo del tiempo se ha cerrado y se ha llenado. Con el envío del “Hijo” por parte de Dios como que ya todo está acabado o plenificado. Ya no da para más por parte de Dios. Ha dicho su última y definitiva palabra: Salvación (Jesuah). Sin embargo los tiempos siguen adelante. Pero hemos de verlo de otra forma. No son una cadena sin fin sino que son tiempo de “gracia”. Son tiempos que están rayando o tocando eternidad o quizás mejor se están eternizando cada día. Somos ya ciudadanos del cielo, porque el cielo toca la tierra o ha invadido la tierra con la llegada del Hijo. Un Hijo “nacido de mujer”. ¡Habría mucho que decir de la mujer! Tantas veces relegada y sin embargo protagonista de primera en las “fijaciones” de Dios. María no es solo el habitáculo pasivo donde el Verbo se hace carne. María es protagonista de esta historia por su actitud positiva de fe y colaboración con la obra de Dios. María abre la puerta a la nueva historia de la Salvación con su Si y su confianza. María es verdadera “madre” del Hijo de Dios. La llamamos Madre de Dios, y por ello también madre nuestra, porque ha abierto el camino de nuestra filiación divina.
Por el Hijo de María hemos recibido el ser “hijos por adopción de Dios”. Aquí, la palabra se queda corta, porque somos mucho más que “adoptados”. La adopción no da la sangre o la estirpe. El Espíritu Santo que se nos ha dado, nos hace de “la sangre” o de la “estirpe” de Dios. Podemos decir que lo que Jesús es por naturaleza nosotros lo somos por gracia. Pero en verdad somos hijos de Dios, y si hijos, también herederos del cielo y podemos llamar a Dios, ABBA, papá. ¡Casi nada!
En el evangelio de Lucas 2, 16-21 se nos recuerda el acontecimiento de la circuncisión del Señor. Protagonistas del evangelio son María y José. En Lucas, María tiene la preeminencia (en Mateo lo es José) y aquí lleva la parte principal, aunque se nos narra de ella una actitud de silencio, de escucha, de admiración y de contemplación guardando todas las cosas en su corazón. María y José están desbordados por los acontecimientos y no llegan a “calar” en todo lo que está sucediendo. Quizás demasiado rápido y demasiado grande lo acontecido. Necesitan acompasar los tiempos, tranquilizarse y ver más despacio la historia que Dios está desplegando con ellos. María es maestra es saber esperar y confiar en Dios. Él dirá. Mientras ellos van a cumplir con la “ley” y van a obedecer a Dios poniendo por nombre al niño el indicado por el Angel. JESUS. Así lo hemos traducido nosotros, pero es el mismo que Josué. DIOS SALVA. Esta es la gran noticia. Nos ha nacido el Salvador; pero el Salvador en acción. La Salvación está ya en marcha. No hay mejor noticia para empezar el año. También en el 2010 DIOS SALVA. No tengamos miedo. El futuro está en nuestras manos; que serán manos llenas de bendición si sabemos acompasarlas a las manos de Dios, o lo que es lo mismo nos dejamos guiar por su Espíritu.
QUE SEPAMOS SER CONSTRUCTORES DE PAZ
FELIZ 2010.
De todo corazón,
Gonzalo Arnaiz Alvarez, scj.

viernes, 18 de diciembre de 2009 | | 0 comentarios

IV DOMINGO DE ADVIENTO

Es el domingo que precede a la Navidad y por lo tanto todo él se centra en el acontecimiento histórico de la Encarnación del Señor cuyo memorial celebramos el 25 de diciembre.

Miqueas (5, 1-4) profetiza sobre el futuro Mesías. Tiene como falsilla sobre la que escribe la historia de David que es sacado del aprisco de ovejas al que pastorea para ser entronizado como Rey y Pastor de Israel en Jerusalén. El Mesías no nacerá ni en la corte del rey ni en la ciudad de Jerusalén. El Mesías vendrá o nacerá entre gente humilde y de fuera de la ciudad. Vendrá de un pueblecito (villorrio) desconocido llamado Belén, y será hijo de pueblerinos. Como David, será llevado a Jerusalén para pastorear desde allí a su pueblo. Miqueas tiene clara la humildad del Mesías, pero no intuye que la entronización del Mesías será en la cruz y su pastoreo será desde el abajamiento. Sí que intuye que la fuerza desde la que reinará el Mesías no será debida a su herencia de sangre ni la fuerza de sus ejércitos sino que la fuerza le viene del Señor su Dios. Miqueas pone una vez más el acento sobre los pequeños, los pobres, los humildes como los preferidos de Dios y que es solo desde ellos desde donde trabaja para llevar a todos los demás hacia la tierra prometida, la tierra de la Salvación. Es preciosa la última afirmación con la que se cierra la lectura de hoy: “y éste será nuestra paz”. Es el Mesías en persona el que es la Paz. No trae la paz sino que él es la Paz. Jesús es la PAZ; el SHALOM. Todas las bendiciones de Dios en Él y por Él.

La carta a los Hebreos (10, 5-10) nos sitúa ante el Misterio de la Encarnación condensando en pocas palabras toda la vida de Jesús, desde su nacimiento hasta su muerte. En un alarde de imaginación (recurso literario) narra el supuesto diálogo entre Padre e Hijo momentos antes de su “entrada en el mundo”. El Hijo conoce al Padre, sabe cuál es su voluntad desde antes de la creación del mundo. El Hijo sabe que el plan del Padre nace de su Amor incondicional hacia Él y hacia todo lo creado. El Hijo responde a cabalidad al plan del Padre y lo acepta también porque ama al Padre y a todo lo creado. No duda ni un ápice en decir la palabra clave que implica obediencia y disponibilidad absoluta a la voluntad del Padre: AQUÍ ESTOY (HYMNENÍ). Una palabra que resuena en la Biblia en todos los acontecimientos de vocación y que ahora resuena en la boca del Hijo en el momento de su vocación en la trascendencia de Dios.
San Pablo une magistralmente el acontecimiento del nacimiento con el acontecimiento de la muerte de Jesús. El misterio de la encarnación no se puede romper o fraccionar. Desde la Pascua debe ser contemplado y celebrado el nacimiento. La Navidad está incrustada en la Pascua, porque es el inicio del “paso de Dios”. No se puede separar esta fiesta de la Pascua porque de ella recibe la luz y su cumplimiento. Por eso en la Navidad también celebramos la eucaristía como memorial de la muerte del Señor. Si no fuera así habría que inventar otro modo de celebrar para la Navidad. Y no. Siempre celebramos la Pascua del Señor.
San Pablo juega con el sentido del cuerpo preparado desde la eternidad, para ser ofrecido y entregado en la cruz, y después celebrado en la eucaristía como cuerpo entregado en el pan y sangre derramada en el vino. El “aquí estoy” de Jesús dura toda su vida y se prueba fundamentalmente en su entrega por amor desinteresado hacia todos nosotros.

Este “aquí estoy” (ecce venio) es para el cristiano en general y para nosotros dehonianos en particular un sello de identidad. Refleja la actitud fundamental del creyente. Es ponerse en las manos de Dios y dejarse llevar por Él. Responderle así al Señor, haciéndolo de corazón, es hacer el camino que lleva a la salvación y es la mejor forma de preparar la venida del Señor. Él acontece siempre que abrimos nuestro corazón desde la disponibilidad absoluta a hacer su Voluntad.

La historia del Evangelio de hoy (Lucas 1, 39-45) arranca desde otro SI (he aquí la esclava del Señor) otro “aquí estoy” pronunciado por María, la Madre de Jesús, en el momento de la concepción. San Lucas nos cuenta lo que sucede después del SI de María. Esta muchacha de Nazaret, no se queda ensimismada en la gran noticia del Arcángel Gabriel ni se encierra en su casa a esperar lo que pase, sino que el SI la lleva a salir de casa e ir a visitar a su prima Isabel. En la narración tenemos cuatro protagonistas: dos en la sombra (los hijos de las respectivas mujeres) y dos en plena acción como portadoras de vida desde la bendición de Dios. Estas protagonistas se llaman Isabel y María. Las dos son protagonistas, pero la narración y el cuadro van centrándose sobre María para ponérnosla como la gran figura del Adviento.

María, la creyente

¡Dichosa tú, porque has creído! Te has fiado de Dios, para quien no hay nada imposible. Isabel sabía de incredulidades o desconfianzas. En su casa las había vivido en primera persona. En María descubre la mujer creyente y fiel. María es la “gran creyente”; la que como Abraham cree contra toda esperanza; la que más que Abraham cree más allá de todo concurso humano pare el cumplimiento de la promesa. María sería fértil desde su virginidad, sin conocer varón. Si a Abraham le llamamos el gran Patriarca de la fe (Padre de los creyentes) a María la apodemos llamar la gran Matriarca de la fe (Madre de los creyentes). Ella es maestra segura. Aprendamos de ella a decir SI.

María, servidora

María se pone en camino para acudir en ayuda de Isabel. Ponerse en camino siendo mujer y en cinta no debía ser muy aconsejable por aquellos caminos de Galilea. María no piensa en ella sino en el otro, en el necesitado. María se ha proclamado la esclava del Señor, pero esta la lleva también a ser servidora de los demás. No se engrandece sino que se humilla y vive como una más entre su gente.

María, misionera y portadora de gracia

María no se queda con la buena notica; la lleva a los caminos y la comunica a la gente con la que se encuentra. María que lleva la “Gracia” en su vientre, se la comunica de inmediato a Isabel que siente la invasión del Espíritu porque moviliza al niño de sus entrañas. Juan será el gran agraciado desde su nacimiento e Isabel será capaz de profetizar movida por el Espíritu y bendecir a María.

María, agradecida

María sabe perfectamente de dónde viene su Hijo; de dónde viene la Gracia. No duda ni un momento en señalar a Dios como la fuente y el origen de todo bien. Solo Dios es grande y de Él recibimos todo don. Su Hijo es el gran DON de Dios a la humanidad. Maria es agradecida.
Terminando el Adviento, sepamos imitar a María para preparar de la mejor manera posible la venida del Señor.
Unamos nuestra voz a la del salmista (79) diciendo: “Oh Yahweh, Dios nuestro, haznos volver, y que brille tu rostro sobre nosotros, para que seamos salvos”

Gonzalo Arnaiz Alvarez, scj.

viernes, 11 de diciembre de 2009 | | 0 comentarios

DOMINGO IIIº DE ADVIENTO

Hemos llegado a la mitad del recorrido del tiempo de Adviento. Parece que a la mitad de la carrera viene bien que se nos grite: ¡Ánimo! ¡No desfallezcáis! ¡La meta está ya más próxima! Eso es lo que hace la Palabra de Dios elegida para este día: ¡Gaudete! Que traducido es: Alegraros, gozaros en el Señor; os lo repito, gozaros y alegraros. (Pablo a los de Tesalónica).
Es una fuerte invitación a la alegría. Tan fuerte que casi marca una condición sine qua non para el cristiano. Por naturaleza el cristiano debería ser un hombre alegre, profundamente alegre. Siempre alegre. Básicamente alegre. ¿Por qué esta alegría? ¿Será una alegría de bullicio y risotadas, de jarana y borracheras o será una alegría que nace de lo alto o del interior del corazón?
San Pablo ya nos dice que nos debemos de gozar “en el Señor”. Está ahí indicándonos la fuente de nuestra alegría. Y bastaría con esa motivación para responder al por qué de nuestra alegría. Pero como estoy escribiendo esto todavía a los sones litúrgicos de la celebración de la Inmaculada, se me ha ocurrido unir esta invitación a la alegría, a la que recibió María con el saludo del Ángel: “Alégrate, María”. Veamos las razones que el Ángel de da a María para que se alegre e intentemos trasladarlas a cada uno de nosotros, porque tenemos las mismas razones que María para alegrarnos. Lo anunciado en ella es bendición para todos nosotros y cumplido “en el Señor”.
Primera razón: El Señor se ha fijado en ti. Te ha mirado y elegido para una misión.
Dios-Padre se ha fijado en mí. Me ha elegido y llamado a la existencia. Soy alguien porque Él ha querido que yo sea. Me ha amado con amor de Padre desde siempre y ha conducido esta historia para que yo nazca, tenga un nombre, haya sido objeto de amor de mis padres, (y de tantos otros), y me ha hecho testigo de su amor dándome la vocación y la fe cristiana. Me ha enviado a llevar la buena noticia de la Salvación. Este saberme amado de Dios por siempre es fuente de alegría y gozo profundo y estable para los días de los días.
Segunda razón: El Señor te ha colmado de Gracia. Llena de Gracia.
Dios no solo me ha creado, sino que me ha hecho hijo suyo. Hijo porque me ha llenado de su Gracia, de su Vida, de su Espíritu. Somos (soy) estirpe de Dios. El Espíritu me ha sellado, me ha formateado con la naturaleza divina (dirá San Pedro). Pertenezco a la familia de Dios. Soy ciudadano del mundo y ciudadano del cielo. Soy “de Dios”. Obra de sus manos. Hechura suya. Esto también es fuente de una profunda alegría y de un gozo permanente.
Tercera razón: Dios está contigo. No temas.
Tantas veces he dicho que Dios también se llama Pascual. Dios pasa permanentemente a nuestro lado. Pasa para abajarse, recogerme y llevarme o de la mano o al cuello, dependiendo de mi situación. ¿A quién puedo temer? Aunque vaya por cañadas oscuras nada temo porque el Señor va conmigo. Saber que Dios está siempre a mi lado, a nuestro lado, aunque me encuentre clavado en la cruz, es también una fuente de profunda alegría y gozo porque estoy seguro que nada ni nadie me puede separar de este Amor de Dios.
Cuarta razón: El Espíritu te cubrirá con su sombra.
El modo de realizar todas estas cosas es la actuación del Espíritu. El Espíritu es el que me penetra y me transforma; me recrea y sana; me anima y vivifica; me hace hijo y coheredero con Cristo. El Espíritu es el que me enardece y consuela. Es el que me conduce y lleva hasta la casa del Padre, hasta el encuentro con el Señor. El Espíritu me abre a la Esperanza, confirma mi Fe y me realiza en el Amor-Caridad. Este es el gran motivo de nuestra alegría y nuestro gozo. Gozarnos en el Señor.
La razón definitiva para María y para nosotros es que todo se ha cumplido en Jesucristo. Él es nuestra última y única razón. El Verbo de Dios se hizo carne y habitó entre nosotros. ALELUYA
También Sofonías (3, 14 – 18) se une al coro de los aleluyas y nos dice: Alégrate, Hija de Sión; alégrate y exulta Hija de Jerusalén, porque YHWH está en medio de ti. La Hija de Sión o de Jerusalén se refiere a una realidad corporativa: Todo el pueblo de Israél; todos nosotros. Se refiere a María de Nazaret, a ti y a mí. Oigamos esta invitación al júbilo y que no decaiga nuestro optimismo, porque tenemos razones más que suficientes para alimentarlo y hacerlo crecer.
El evangelio del día (Lc. 3, 10-18) nos enfrenta a la realidad histórica de Juan Bautista, precursor de Jesús, y a su predicación. Juan Bautista después de anunciar próximo el “día del Señor” invita a todos los que han ido a escucharle a la CONVERSION, a un giro de 180 grados en las actitudes y opciones que guían la vida ordinaria de sus oyentes. ¿Qué hemos de hacer? Pregunta que resuena tres veces distintas formuladas por gentes provenientes de diversos grupos.
Los primeros son la gente normal o perteneciente al “común de los santos”. Son de diversas clases sociales, fundamentalmente las medias y bajas que aceptan de buen grado la invitación del profeta. Juan Bautista responde a este grupo con un indicativo ético fundamental. COMPARTIR. El que tenga dos, que dé uno al que no tiene ninguno. Es un gran llamado a la solidaridad y un indicativo de que la conversión, además de pasar por el corazón pasa también por el bolsillo.
Los segundos en preguntar son los “proscritos” y gente de mala fama para el pueblo de Israel. Son los colaboracionistas con el poder romano y por lo tanto públicos pecadores. No les echa improperios o excomuniones. Les dice que sean JUSTOS en sus pesos y medidas. Que no roben ni sean usureros. Es un llamado a la justicia social y conmutativa y distributiva. Un llamado a construir la sociedad desde el valor de la Justicia.
Los últimos en preguntar son extranjeros, foráneos que ejercen en los ejércitos opresores de Roma. A estos les responde que no abusen de su poder, que no extorsionen a nadie, que se conformen con su sueldo. El poder debe ser SERVICIO y no otra cosa. Casi viene a decir que uno puede ser lo que sea pero que lo importante es que al prójimo se le debe mirar siempre como valor absoluto y por lo tanto debe ser respetado siempre y absolutamente.
Esta mañana leía en Isaías 1, 16 estas palabras: “Quitad vuestras fechorías de delante de mi vista, desistid de hacer el mal, aprended a hacer el bien, buscad lo justo, dad sus derechos al oprimido, haced justicia al huérfano, abogad por la viuda”. Me parecía a mí que Juan Bautista estaba siendo eco del profeta.
El evangelio en la última parte nos presenta “de rebote” la gran figura del Bautista. Hablando de Jesús se nos muestra como un hombre de una humildad extrema. Humildad que es sinceridad y verdad. Juan Bautista se podía haber llevado de calle a la gente y haber pasado por el mesías, porque habían una gran expectación en el país y porque él daba muchos requisitos para cumplir con la figura anunciada del mesías. Y Juan bautista tiene la gallardía de decir que él no merece desatar la sandalia o ser esclavo del Mesías. Él solo bautiza con agua y el Mesías bautizará con Espíritu Santo y fuego. Juan se presenta como lo que es: solo el precursor. Será el señalador del Mesías verdadero y del camino que a Él conduce y prepara.
Juan Bautista es una de las grades figuras del Adviento. Pero no es figura decorativa. Merece la pena que le oigamos. ESCUCHEMOSLE y preparemos el camino al Señor.
Gonzalo Arnaiz Alvarez, scj.

jueves, 3 de diciembre de 2009 | | 0 comentarios

SEGUNDO DOMINGO DE ADVIENTO
En el tiempo de Adviento nuestras celebraciones pivotan sobre las dos venidas del Señor. La primera venida histórica acaecida hace 2.000 años en Belén de Judá y la segunda venida que será en “gloria” en el último día o el “día del Señor”. El primer domingo se focaliza fuertemente sobre esta segunda venida del Señor. El resto de los domingos van como acortando el horizonte de nuestra esperanza para ir poco a poco a centrarnos en el acontecimiento de la Navidad o venida “en carne mortal” del Hijo de Dios.
Este segundo domingo del ciclo “C”, mantiene mitigado el horizonte mayor de la segunda venida, pero en el evangelio (Lucas 3, 1-3) nos hace aterrizar “de golpe” en el acontecimiento histórico de la vida de Jesús sacando a relucir la vocación del precursor de Jesús, Juan Bautista.
Yo, en mi comentario, elijo mantenerme todavía ente los dos polos del adviento, mirando todavía la segunda venida como objetivo primordial de nuestro adviento.
El profeta Baruc (5, 1-9) podía pasar perfectamente por Jeremías de quien fue secretario y copista y posiblemente autor de los capítulos 30 y 31 llamados de “consolación”. Merece la pena leer y releer esta página que puede ser cumbre en su belleza y poesía. Leerla enardece y consuela. Y es lo que pretendía el profeta viendo lo que veía y oyendo lo que oía. Desolación y desesperanza por todas partes. La tentación del cerrojazo con las historia del gran libertador YHWH que les podía haber sacado de Egipto, pero que ahora les había dejado abandonados en el exilio de Babilonia criminal. Parecía mucho más aconsejable apuntarse al sol que más calienta y hacerse todos devotos seguidores de los dioses caldeos. El profeta lanza su mirada al futuro y hace un hermoso canto a la nueva intervención de YHWH que realizará un nuevo éxodo para restituir “en gloria” a su pueblo la tierra que le había prometido como don perpetuo. Baruc narra este nuevo éxodo como una gran procesión de entronización del Rey que ahora es un colectivo que va a entrar en la ciudad soñada y deseada de Jerusalén.
Fijémonos en los nombres con que es llamado ahora el “pueblo de Dios”: “Paz en la Justicia” y “Gloria en la Piedad”.
Paz en la Justicia
PAZ: SHALOM. Jerusalén (Jeru-shalom) es siempre la Ciudad de la Paz. (O así es su nombre, porque la realidad como que dista mucho de eso a lo largo de la historia). La PAZ es mucho más que ausencia de guerra o silencio de armas. Paz es el resultado del cúmulo de bendiciones que Dios ha derramado sobre su pueblo. Por lo tanto implica serenidad y aceptación de mi realidad personal; buena situación familiar tanto afectivamente como económicamente; buena relación social y buena distribución de bienes entre los componentes del clan, de la tribu y de las 12 tribus. Paz social y buenas relaciones con las naciones fronterizas. Buenas relaciones con Dios que es el garante y el hacedor de toda esta realidad.
Baruc dirá que esta paz solo es posible desde la JUSTICIA. Y justicia es más que equilibrio y respeto de las reglas del juego, que suelen ser reglas creadas por los más fuertes. Justicia es sobre todo la Santidad de Dios que se hace extensiva a todos nosotros, lo que implica empezar a vivir desde Dios o según Dios. Y la Justicia de Dios es fidelidad absoluta para con el hombre y por lo tanto entre los hombres. Es seguridad y certeza. Es el buen camino. Su justicia es abajarse y ponerse al lado del hombre, pero sobre todo al lado del más despojado, del más necesitado, del pobre para hacerlo valer y restituirle su dignidad. La justicia de Dios se hace realmente en la Misericordia, desde el compadecer con el otro. La paz desde la justicia solo surgirá cuando aprendamos que los problemas de los otros son nuestros problemas; que no podemos dejar a nadie al margen del camino; que no podemos avanzar al encuentro del Señor si no vamos juntos de la mano unos y otros derribando fronteras construyendo ese mundo nuevo que esperamos y que pinta el profeta.
Gloria en la Piedad
GLORIA. Hoy voy a usar esa palabra refiriéndola a la “esfera de Dios” o “ser de Dios”. No tiene nada que ver con entorchados, parafernalia, honores o mandangas del genero. Gloria es la misma vida de Dios en cuanto que se expande y comunica. (Ejemplo, el sol irradia su gloria o su fuego y luz). La Gloria de Dios nos glorifica; nos toca y hace partícipes de su Ser. Esta gloria se vive desde la PIEDAD; desde la FILIACION. Piedad es la virtud del hijo que vive en la casa del padre como verdadero hijo (nada parecido ni al pródigo ni al hermano mayor) y como verdadero hermano.
La nueva Jerusalén será construida desde estos valores: PAZ, JUSTICIA, GLORIA, PIEDAD. Somos hijos de Dios; vivimos intensamente nuestra hermandad, siendo fieles unos a otros creando un nuevo orden nuevo en lo económico, en lo político y en lo social. Y todo esto sabiendo que viene de Dios y a Dios nos lleva. La plenitud es solo Don de Él y eso llegará en el “Día del Señor”. Como dice Baruc, esto lo hacemos caminando con seguridad, porque vamos guiados por la gloria de Dios. La nueva columna de fuego que nos guiará en este éxodo será la “gloria de Dios”.
La carta de Pablo a los Filipenses (1, 4-11) sí que apunta al “Día del Señor” que aquí se convierte en el “Día de Cristo”. Cambio de nombre, por el que se confirma la divinidad de Jesús, su mediación en esta travesía nuestra y su ser “culminador” de nuestra fe y de nuestra esperanza. Pablo “reduce” todo nuestro obrar cristiano a una palabra: Amor. ¡Cuánto le gusta esta palabra a Pablo. La oración de Pablo es que nuestro amor siga creciendo para que lleguemos al “día de Cristo” con frutos de justicia. (Arriba tenemos lo que es justicia).
El Evangelio aterriza en la historia contemporánea de Jesús. Enumera a los próceres del momento: Tiberio, Poncio Pilato, Felipe, Lisanio, Anás, Caifás… ¡Vaya ganao! diría un castizo. No eran grandes estrellas, ni lo más florido de valores humanos. No son los que han marcado páginas grandes en la historia; sin embargo eran los que eran en ese momento de la historia en el que la PALABRA de Dios “cae” sobre Juan el hijo de Zacarías. Un “don nadie” que está en el desierto. La Palabra no se fija en el poder político ni en el poder religioso del momento, sino en un pobre hombre que se alimenta de langosta y miel silvestre en el desierto, que ha roto con el orden social constituido y que no ha aceptado seguir los caminos de su padre. Ya veis. Los caminos de Dios pasan por los márgenes, el desierto, los bajos fondos. Es ahí donde parece tener sus predilectos y aquí tenemos el caso de Juan “el bautista”, de quien hablaremos más detalladamente en el próximo domingo del que será figura señera del adviento.
No quiero dejar pasar por alto la última frase del evangelio que es propia de Lucas y que aparte de mantener la visión en el futuro, indica un final feliz bien hermoso: “Y Todos verán la salvación de Dios”. Y cuando dice “todos” dice todos. Ahí entramos todos (y perdón por la reiteración). Nadie está excluido de este final que es participar o ver la salvación de Dios (El cielo es “ver a Dios”). Suena como a una amnistía universal. No entremos en pormenores, pero dejemos ese anuncio como una buena noticia. Está claro que no anuncia una “borregada final”. Anuncia que la filiación y la fraternidad serán plenas para todos aquellos que hayan intentado vivirlas desde la honestidad de sus vidas.
Un abrazo y buena preparación adviental hacia la Navidad y la NAVIDAD.
Gonzalo Arnaiz Alvarez, scj.