jueves, 19 de noviembre de 2009 | | 0 comentarios

CRISTO REY DEL UNIVERSO
Último domingo del año. Domingo que quiere recapitular o condensar lo vivido y celebrado en el año. Y ciertamente durante todo el año celebramos a Jesucristo resucitado de entre los muertos; celebramos la Pascua del Señor. ¿Quién es Jesucristo? La liturgia de hoy responde: “El Rey del universo”. La Palabra elegida para hoy será la encargada de precisar el contenido de esta afirmación.
La lectura de Daniel (7,13-14) debemos leerla con la clave indicada en el domingo pasado. Intuye la acción de Dios en la tierra por el Hijo del hombre que restaurará justicia y derecho. Pero no supera los planos de acción de este mundo y de esta historia y al modo de los reinos de este mundo. Será una “vuelta a la tortilla” más y serán los judíos los que corten el bacalao.
Es el Evangelio de Juan (18, 33-37) el que nos dará una respuesta exacta de lo que hoy celebramos. En primer lugar afirmar que estamos presenciando el momento cumbre de la vida de Jesús. Estamos en los preámbulos de su pasión y muerte. Que son preámbulos de fracaso total a los ojos del mundo. Y es precisamente en éste momento donde el evangelista afirma la realeza de Jesús y el modo cómo se realiza esa realeza. (que es la entrega y la fidelidad hacia el Padre).
Jesús es Rey. Hasta ahora solo Dios era el “Rey de Israel” y el “Rey del universo”. Al afirmar la realeza de Jesús (“Tú lo dices: Soy Rey”) está afirmando que Jesús pertenece de forma muy particular a la esfera del mundo de Dios. Jesús es hombre pero es también Hijo de Dios. En lenguaje del credo, Juan está afirmando que Jesús es “Dios y hombre verdadero”. Este “Rey”, no lo olvidemos, será coronado de espinas, cargado con el madero y crucificado en el Gólgota. Esta mirada al crucificado y el recorrido vital hecho por Jesús es el que nos indica el cómo Jesús es Rey.
Cómo es Rey y cómo es este Reino. “Mi reino no es de este mundo”. Lo vamos a traducir por: “El esquema de valores de mi Reino no tiene nada que ver con el que se maneja entre los reinos de este mundo”. “Para esto he venido al mundo”. No ser del mundo no implica una huida del mundo o un desentenderse de los avatares de la historia. La misión de Jesús se hace en la historia. Encarnarse no es otra cosa que asumir todo lo creado como bueno, como obra de Dios e insertarse en esa Obra de Dios para cooperar en la tarea creadora siendo con-creadores y llevando esta realidad cósmico-temporal hacia su plenitud: “La Pascua de la creación”.
Una mirada a la realidad social del reino donde vive Jesús.
Jesús se encuentra ante un mundo cuyo motor es la ambición de dinero y de poder (Mammona). Esta ambición da origen a una ideología contraria a la Verdad de Dios. Esta ambición justifica una situación donde “el hombre es lobo para el hombre”. Impera el ¡sálvese quien pueda! Se crea un orden social injusto donde aparecen hombres esclavizados por otros hombres o ideologías; donde los que dominan subyugan. Nace una ideología (incluso teocrática) que defiende y mantiene una estructura social injusta. El pueblo es víctima de este orden social y sufre opresión y marginación social, política y religiosa.
Para sacar al pueblo de esta opresión Jesús no combate el orden injusto oponiéndose con violencia. Muchos pueden coincidir con el análisis sociológico hecho hasta ahora, pero aquí se marcan diferencias: los métodos para combatir son distintos. Hay muchos que intentan rescatar al hombre de la injusticia con métodos coercitivos o violentos. Jesús dirá que “quien a hierro mata, a hierro muere”. Violencia genera violencia. No puede ser método válido para implantar justicia aquello que de por sí es injusto. Toda opresión lo que impone es otra “ideología” que no supera a la anterior (vuelta de la tortilla). Será otra ideología opresora de otro calibre, pero nada más. Jesús apuesta claramente por la “no violencia”. Pero una “no violencia” activa y no una no violencia de cuarteles de invierno o de pusilánimes.
Jesús libera enfrentándose y desenmascarando la falsedad del orden injusto. A la falsa ideología no presenta otra ideología, sino la experiencia del Amor que comunica vida. Jesús en su vida realiza las “Obras del Padre”. No hace otra cosa. Hacer eso es desquiciar el mundo. Quitar el quicio de la ambición (poder, dinero) y poner el quicio del Amor del Padre.
El quicio del Amor.
Expresión máxima de ese “quicio” es Jesús en la cruz. El valor máximo del Reino de Jesús es “perder la vida” entregada libremente y por amor, para que los otros tengan vida en abundancia. Valor máximo en el Reino de Jesús es servicio o hacerse el servidor de todos. El Reino de Jesús apuesta por todo el mundo creado que es don de Dios y tarea del hombre el llevarlo a plenitud. Reino de Jesús será encarnar y vivir las bienaventuranzas. Reino de Jesús será practicar toda justicia y obrar misericordia (Tuve hambre y me disteis de comer….) Reino de Jesús es ser testigos de la Verdad. Y la Verdad es Alguien. La Verdad es Dios, que es Padre que ama infinitamente al Hijo y en el Hijo a los hijos (hombres y mujeres) y todo lo creado. Este Padre nos da el Espíritu (el Amor) para hacernos hijos y capaces de vivir desde ese Amor y como ese Amor.
Nuestra tarea será mostrar el Amor que Dios nos tiene, siendo libres para amar a todos como hermanos. No tener miedo a “perder” porque en Cristo ya hemos sido todos rescatados y resucitados. Vivir desde el quicio del Amor es vivir un poco desquiciadamente porque tantas veces se va contracorriente de aquello que es “políticamente correcto” o que es socialmente admitido como lo más “in” o lo más moderno y progre. Es vivir desquiciadamente porque tantas veces en la vida apostamos a “caballo perdedor” porque creemos que la persona es el último valor a rescatar y a mantener, aunque se vengan abajo otros valores aparentemente muy respetables. Pero este desquiciamiento es Sabiduría y Gracia desde Dios.
La lectura del Apocalipsis (1, 5-8)es el colofón y la proclamación de la Iglesia primera de quién es para ella Jesucristo: El Testigo fiel, el primogénito de los muertos y el príncipe de los reyes de la tierra. Proclama su vida terrena como testigo, su victoria sobre la muerte y su Regalidad después de la ascensión. Es Rey porque antes fue testigo fiel hasta dar la vida por los hermanos.
Con la liturgia pascual podemos concluir diciendo: Cristo ayer y hoy, principio y fin. Alfa y Omega. Suyo es el tiempo y la eternidad. A Él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.
Un abrazo.
Gonzalo Arnaiz, scj.

jueves, 12 de noviembre de 2009 | | 0 comentarios

XXXIII DOMINGO ORDINARIO
El Evangelio de San Marcos ha sido nuestro pedagogo durante este año litúrgico. Hoy se proclaman las últimas enseñanzas de Jesús, antes de su muerte, referidas justamente a “lo último” (las postrimerías, los novísimos, el juicio final, la escatología).
Marcos 13, 24-32, es un texto “difícil” o de fácil desviación interpretativa. Es un texto donde se usa un lenguaje con una determinada clave interpretativa que si no se usa esa clave nos hará decir lo que el autor no pretende decir. La cosa se hace más grave por el hecho de que leemos apenas unos versículos de todo un capítulo bien entramado y que perdido el contexto se hace de difícil entendimiento el texto. Por eso la primera invitación es a leerse todo el capítulo 13, o al menos lo que antecede al texto del evangelio de hoy.
Conviene hacer alguna aclaración sobre el lenguaje usado por Marcos (y Daniel 12, 1-3) aquí. Usa un lenguaje que llamamos apocalíptico. ¡Vaya palabra! La solemos utilizar para describir algún tipo de catástrofe o de un punto final desastroso. Y algo de eso tiene, pero tiene mucho más que eso. Y en positivo.
La experiencia vital histórica de quien escribe pasa o ha pasado por una profunda crisis de sentido: el sentido de la vida, el sentido de la historia. Todo parece desmoronarse y perder su sustentación. Literalmente el mundo se viene abajo y un gran desasosiego y desesperanza se abate sobre la gente. Marcos y sus seguidores han vivido la caída y destrucción de Jerusalén. Los ejércitos romanos no se anduvieron con chiquitas y por los años setenta asolaron la ciudad no dejando piedra sobre piedra. Jerusalén fue saqueada, incendiada y destruida toda su muralla y fortaleza. Sus habitantes fueron pasados a cuchillo o desterrados como esclavos a otras provincias romanas. Jerusalén, la ciudad de Dios, destruida y aniquilada. No hay mayor calamidad para un judío que se precie. ¿Dónde está Dios? ¿Por qué se calla ante la destrucción de su pueblo elegido? ¿Hay todavía esperanza?
¡La hay! Dirá el profeta, y en este caso el Evangelista. Usando el lenguaje apocalíptico vendrá a decirnos que el cosmos sigue en las manos de Dios. Que es Dios quien “mueve ficha” y ha decidió intervenir no para destruir sino para re-crear. El universo parece por un momento retornar al caos previo a la creación, pero no es eso. Es Dios, el creador, que visto el desastre por donde el hombre ha llevado su obra creadora, ha decidió “empezar de nuevo”. Ha decidido recrear todas las cosas. Esta historia en ruinas no es la palabra definitiva. La historia está en las manos de Dios que la ha orientado definitivamente hacia la vida. Y contra esa decisión no puede ningún poder del cielo o de la tierra; ni los astros ni espíritus celestes pueden imponer su fuerza sobre la tierra y sus habitantes. Solo Dios finalizará esta historia y tiempo salvando al hombre. El Hijo del hombre vendrá con poder y gloria para finalizar en belleza esta historia que tantas veces se empantana, retrocede o destruye los valores del Reino, los valores de la creación, los valores del hombre.
El Evangelio afirma categóricamente un final para nuestra historia. Esta situación no es definitiva. La definitividad la dará Dios un día “último y primero” de la historia y del más allá de la historia. Y esto se proclama en el evangelio como “buena noticia” y no como calamidad. La historia finaliza en Dios como los ríos en la mar. La historia no termina en “la nada” y en “el vacío” sino que termina en el cielo. El inicio de la historia fue la creación, el final de la historia será la recreación en Cristo. ¡Hago nuevas todas las cosas!
Atención, final de la historia no significa final de este mundo o de esta realidad cósmica. En ese tema ni entramos ni salimos. Es algo que la ciencia debe tratar. Desde la fe, yo personalmente creo que toda esta realidad cósmica tendrá también su pascua o paso hacia la nueva creación. Siempre he dicho que Dios dice y no “desdice”. Por lo tanto no habrá des-creación desde Dios.
¿Para cuándo será esto? La respuesta de Jesús no deja resquicios. Solo el Padre lo sabe. Ni tan siquiera Jesús. Así es que nada de cábalas ni del año 2012 como fin del mundo. Pero sí resulta estimulante el saber que el “no saber” implica una permanente inmediatez del acontecimiento. Puede ser mañana. Y esta realidad Jesús la vivía intensamente. Casi vivía el hoy desde el mañana. Vivía y se desvivía por la llegada del Reino, añorándolo y pidiéndolo cada día. La esperanza del mañana le hacía vivir el presente con una particularidad propia. Este presente no es lo definitivo. Estas cosas no son las definitivas. Se puede vivir con ellas, pero no poniendo nuestra esperanza o confianza en ellas. Solo Dios es el valor definitivo. Lo demás, incluido padre o madre, hijos o esposa, hacienda o lo demás son “relativos” y por tanto no pueden ser los “fundamentos” de mi vida. Solo desde Dios adquirirán valor las personas y las cosas pero evitando siempre que pasen a ser “diosecillos”.
Os digo una cosa. Esta inmediatez del mañana, esta esperanza fogosa y alegre del mañana absoluto en nuestra comunidad de fe está muy amortizado y casi imperceptible. Vivimos mucho más el “muy a largo me lo fiais” y por lo tanto nos dedicamos a la inmediatez de las cosas perdiendo la perspectiva de su relatividad. Es un fallo gordo de nuestra fe y de nuestra esperanza. Debería estar mucho más presente esta tensión por el futuro absoluto que es Dios.
¿Hay algo que hacer? ¿Podemos adelantar el futuro?. Yo diría que ¡claro! , que ¡no faltaba más!. Si nuestra esperanza es el futuro, lo más normal es vivir según ese futuro y eso significa adelantarlo. Si espero un futuro de comunión (cielo) intentaré vivirlo ahora y esta realidad entra ya o estrena esa dimensión del cielo. Pero hay algo más. Desde que Cristo ha resucitado (desde la Pascua de Cristo) lo “último” ya ha empezado a ser realidad. Cristo es la “omega” de la historia. En él ya ha empezado el tiempo nuevo, el cielo nuevo y la tierra nueva. En Él y en todos los que participan de Él. Está claro para todos aquellos que ya han muerto y participan de la resurrección de Jesús. Pero también lo es ciertamente para aquellos que han sido injertados en Cristo en y por el Bautismo. Desde entonces ya somos una criatura nueva y participamos de esta novedad última que es Cristo. Ya vivimos, en esperanza, en el tiempo futuro.
Pero aún hay más. La eucaristía que celebramos en el Domingo (también las demás, pero sobre todo ésta) es entrar sacramentalmente (realmente) en este tiempo futuro, en este tiempo definitivo. El domingo es sacramental del día octavo, o el día nuevo de la nueva creación. Litúrgicamente saboreamos este aire de definitividad y de novedad. La Eucaristía es participar sacramentalmente (memorial) de la Pascua del Señor y por lo tanto pasar con él de este mundo al Padre. Y eso hacerlo juntos como hermanos alabando y bendiciendo al Señor, proclamándolo a Él como nuestro futuro y nuestra esperanza. Además en la eucaristía comemos el cuerpo y bebemos de la sangre del Señor. Es el banquete que anticipa la realidad futura, comiendo el pan del “mañana” que se nos da ya en el hoy de nuestra historia.
Porque esto es así, ya en este mundo podemos encontrar valores del Reino. No todo es pecado, destrucción y muerte. ¡Ni mucho menos! Hay mucho más de positivo, de vida, de fecundidad, de Espíritu. La nueva realidad despunta por doquier y es necesario tener ojos para ver y apoyar esa realidad.
No obstante no podemos olvidar la dimensión de “tarea” que tienen todas estas realidades y que no todo es “coser y cantar”. Hay y habrá persecución, probación y trabajo. Pero, habrá que levantar la cabeza y esperar nuestra liberación. Así empezaba el año con el evangelio de San Marcos y así lo quiero terminar yo, haciendo referencia a esa invitación, que no dejará de sonar a lo largo del tiempo de Adviento que próximamente inauguraremos, pero este año “nuevo” acompañados por San Lucas. Un abrazo.
Gonzalo Arnaiz, scj.

lunes, 9 de noviembre de 2009 | | 0 comentarios

SEAMOS AGRADECIDOS

SEAMOS AGRADECIDOS CON NUESTROS SACERDOTES

En el 10º aniversario de la muerte, “dies natalis”, día del nacimiento le llama el Papa, del Santo Cura de Ars, Benedicto XVI, anunció un Año Sacerdotal.
Lo abrió en la celebración de las Vísperas el pasado día 19 de Junio, solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, en presencia de la reliquia del Santo. Será clausurado el 19 de Junio del 2010, en el “Encuentro Mundial Sacerdotal” en la Plaza de San Pedro. Durante este Año Jubilar, Benedicto XVI proclamará a San Juan Mª Vianney “Patrono de todos los sacerdotes del mundo”.
Ante todo este tiempo de gracia que vivirán los sacerdotes, ¿qué tenemos que sentir y expresar los seglares? Creo sinceramente que agradecimiento y eso es posiblemente lo que están esperando ellos. No olvidemos que estamos viviendo en una sociedad cada vez mas descristianizada, lo que les hace sentir muchas veces la incomprensión y la soledad. Ayudemos a paliar la incomprensión y ofrezcámonos personalmente para que su soledad sea menos notada.
El tema de este año es: “Fidelidad de Cristo, fidelidad del sacerdote” Expresémosles nuestro apoyo, ayuda, compromiso, oraciones, trabajo…para que sintiendo la fidelidad que Cristo les tiene, puedan ellos serles fieles a Él.
El sacerdote es hombre de Dios y amigo de Jesucristo. Por eso precisamente es también todo de los hombres y para los hombres. Dejémonos apacentar. No queramos imponer nuestros criterios, pues eso es apacentarnos a nosotros mismos. Seamos dóciles ante sus instrucciones. Dejémosles que se sientan importantes en la misión que tienen encomendada.
Es fundamental manifestarles que estamos orgullosos de ellos, que les amamos y admiramos. Que vean “que son importantes no sólo por cuanto hacen, sino, sobre todo, por lo que son”. Que la luz que irradian sea bien recibida, fructífera y reconocida. El Sumo Pontífice ha dicho a los sacerdotes: “Incluso con todas las contradicciones, resistencias, oposiciones, la sed de Dios existe y nosotros tenemos la bella vocación de ayudar, de dar luz. Esta es nuestra aventura” Ayudémosles a que esa luz sea cada vez de mayor intensidad; no la queramos apagar con nuestras interpretaciones, juicios y maledicencias.
Que observen en nuestras actitudes y comportamientos que reconocemos con gratitud su trabajo pastoral y su testimonio de vida.
Muchas veces puede parecer que la vida del sacerdote no llame la atención de la mayoría de la gente. Esto no es verdad, pues muestra la plenitud de vida a la que todos aspiramos. Al imitar a Jesús, se comporta como Él, que no vino a ser servido sino a servir, a dar la vida por los demás. No hablemos nunca mal de un sacerdote, pues el daño que podamos hacer a muchos recaerá sobre nosotros.
El sacerdote está llamado a curar a los enfermos, a los dispersos, a los necesitados. A través de él se visualiza el amor de Jesucristo y de su Iglesia a favor de la humanidad doliente. Prolonga el ministerio del Señor que pasó haciendo el bien y curando al que lo necesitaba. Al no tener más que dos manos y dos piernas, muchas veces no pueda llegar a todos los sitios. Es necesario ofrecerles las nuestras para que su misión llegue cada vez más lejos, convirtiéndonos en prolongación de ellos.
“Todas las buenas obras juntas no son comparables al sacrificio de la Misa, porque son obras de los hombres, mientras la Santa Misa es obra de Dios”. Estas palabras fueron escritas por el Santo Cura de Ars. Y el recordado Juan Pablo II escribió; “La Misa es el cielo sobre la tierra”. Justo en el momento que el sacerdote dice: “Este es mi Cuerpo”, el cielo toca la tierra. Y para ello necesitamos sacerdotes.
“La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad pues al Señor de la mies para que mande trabajadores a su mies” (Mt 9,36-37) Pidamos al Señor siempre, pero en este Año Sacerdotal, más si cabe, para que los sacerdotes sean modelos de santidad, a la vez que suscite vocaciones, que tan necesitado de ellas está el mundo de hoy.
Fco. Javier Burguera Sarró

viernes, 6 de noviembre de 2009 | | 0 comentarios

DOMINGO XXXII ORDINARIO
Santo y seña de las lecturas de este domingo son las “Viudas”. La mujer que en aquel tiempo se quedaba sin marido se convertía en pobre de solemnidad. Se quedaba sin nada. No tiene herencia de nadie y de ahora en adelante dependerá de la limosna de los familiares y amigos y de lo poco que pueda recolectar ella con sus manos en los campos de cultivo una vez recolectados.
Las viudas protagonistas de las historias narradas hoy en 1 Reyes 17, 10-16 y en Marcos 12, 38-44 serán testigos de los valores del Reino proclamado por Jesús.
En la primera lectura se huele una lucha a muerte entre Acab-Jezabel (Reyes de Israel) servidores de Baal y demás dioses de la fecundidad y Elías, profeta de YHaWeH, el Dios de Israel. Acab y Jezabel apuestan por imponer nuevas leyes en la economía del país para facilitar el comercio y una mejor producción de la tierra. Esto se lleva a término anulando leyes que protegían a los pobres y que garantizaban un reparto bastante equitativo de propiedades y tierras. Se concentran propiedades y capitales en unos pocos a costa de la precariedad de muchos. El progreso económico y social se monta sobre una injusticia de base. No todos participan de igual modo en el reparto de beneficios. De hecho la historia de Acab y Jezabel chorrea sangre inocente derramada para imponer su ley. Sangre que finalmente salpicaría a los mismos protagonistas que sufren una muerte horrenda.
Elías es el perseguido a muerte por Acab, por denunciar sus prácticas y por anunciar que solo siendo fieles a YHWH habrá paz y progreso social. Elías anuncia una “gran sequía” que traerá hambre y pobreza. Sequía contra la que no podrán los dioses de la fertilidad porque solo YHWH es Señor del cielo y de la tierra y tiene en sus manos las llaves donde se cierran los vientos y solo Él puede cerrar y abrir las compuertas de las aguas superiores.
En su huida, Elías se encuentra en Sarepta con una viuda en situación desesperada. Elías es un fugitivo del rey, un apátrida que busca refugio en un país extranjero. Se atreve a pedir acogida y comida a aquella mujer a la que encuentra en las puertas de la ciudad. Elías es un osado, casi un descarado, que pide lo imposible a una mujer más necesitada que él. Lo más normal es que aquella viuda se echara a correr gritando que iba a ser atracada o algo peor. Pónganse ustedes en su lugar y vean si iban a creer las palabras lisonjeras y prometedoras de aquel hombre. ¿No es mejor pájaro en mano que ciento volando? Elías le prometía el oro y el moro a cambio de poca cosa que después recibiría centuplicada. ¿Cómo fiarse de aquel desconocido y pordiosero? Aquí viene la enseñanza de la historia. Aquella viuda se fía del profeta y decide compartir con él lo poco que tiene para comer. Incluso hace más que compartir, porque le da todo lo que tiene para ella y su hijo. Pone en sus manos su vida. Y la palabra del profeta se cumple y aquella viuda encuentra la vida justamente cuando está dispuesta a perder la suya por el otro.
El milagro nos indica de parte de quién está Dios. ¿De parte de Ajaz-Jezabel o de parte de Elías-Viuda? Dios está de parte de una economía basada en la solidaridad, el compartir. Una economía que no discrimine y que no se apoye en “sangre humana”. Dios está de parte de la Viuda y de todos aquellos que se fían totalmente de todo lo que sale de la boca de Dios y ven que el hombre no solo vive de pan.
En el Evangelio también encontramos dos realidades sociales opuestas.
Por una parte escribas y doctores de la ley que diciendo apoyarse en Dios, buscan medrar en el escalafón; quieren tener más honores, autoridad y dinero. Hablan de la Ley y de Dios bien forrados y dispuestos a seguir engordando. A la hora de dar son capaces de desprenderse de las sobras pero no más.
Por la otra parte está una viuda, que nadie conoce, que da al Templo todo lo que tiene para vivir, que son dos reales. Una viuda que vive el desprendimiento total porque se fía de Dios. Da todo porque sabe que todo lo recibe de Dios. Y lo da sin preocuparse mucho porque sabe que Dios provee. Vive esta dimensión de la fe abrahámica hasta el límite.
Jesús alaba y bendice este comportamiento.
Nos enseña que esta actitud de la viuda es una actitud fundamental en su Reino. El valor primero es fiarse de Dios y ponerse en su manos. Recibir de Él todo, sea lo quesea, y darle gracias. Y esto acarrea la Vida.
La actitud de los escribas y doctores no lleva a la vida ni al Reino, sino que traerá injusticia, dolor y muerte.
Otro de los valores rescatado por Jesús es que la acción del Espíritu no tiene fronteras. Que hay mucha gente, incluso en los que no han oído hablar ni de Cristo ni de Dios, que vive los valores del Reino. Que de verdad hay mucha buena gente entre nosotros que encarna esos valores. Que mucha de esa gente son auténticos “don nadie” pero que testifican con su vida que el Reino de Dios está cerca y ya se va haciendo en medio de nosotros.
Sería bueno tener ojos para ver estas personas:
Madres y padres que se desviven por sus hijos.
Viudas y viudos, jubilados en general que hacen algo más que entretenerse con el INSERSO y dedican horas a la familia, a la parroquia, a los enfermos, al cuidado de la naturaleza, a la cultura….
Enfermeros, médicos, auxiliares que cuidan con amor a pacientes con gripe A sin parar mentes en un posible contagio.
Pequeños empresarios (quizás también grandes) que no cierran el negocio –técnicamente quebrado- para que llegue el sustento a sus asalariados.
Servidores de la “caridad” que acogen pacientemente a parados y extranjeros y luchan con ellos por encontrar trabajo y pan.
Y un largo eccétera que podríamos enumerar.
¿Dónde estamos nosotros?
Que Dios nos ayude a encarnar los valores del Reino.
Un abrazo.
Gonzalo Arnaiz, scj.