jueves, 18 de febrero de 2010 | | 0 comentarios

DOMINGO I - C - en CUARESMA

Todos sabemos que la cuaresma es un tiempo de preparación hacia la pascua.
La liturgia de este tiempo ha conservado un carácter catecumenal para llevarnos a todos a redescubrir nuestro bautismo y llegar a la noche pascual para renovarlo todos juntos.

Este proceso catecumenal lo marca de forma muy particular la Palabra de Dios proclamada en las celebraciones litúrgicas dominicales.
Con la reforma litúrgica los domingos, a lo largo del año, van distribuidos en tres ciclos (A, B, C). La cuaresma tradicional solo tenía “un ciclo” que se repetía todos los años.
Para mantener los tres ciclos había que inventar dos ciclos o procesos distintos sin repetirse. Por eso fue necesario crear los procesos catecumenales B y C.
El año A mantiene el ciclo o catecumenado original o de siempre. Es por tanto un ciclo que insiste en la preparación bautismal. El ciclo B tiene un acento eclesial. El ciclo C se caracteriza por una particular insistencia sobre la fe, sobre la conversión y sobre el perdón. Nosotros, este año comentamos el ciclo C.

Las lecturas de este domingo primero son:
Dt 26, 4-10: “mi padre era un arameo errante” (ofrenda de primicias)
Rom 10, 8-13: Si confiesas con tu boca que Jesús es Señor….
Salmo 90: Mi Dios y mi fortaleza, me refugio en Ti. Quédate con nosotros.
Lc 4, 1-13: las tentaciones de Jesús en el desierto. No solo de pan vive el hombre.

El hilo conductor que aparece desde este primer domingo es el de la Fe.
En negativo, no dejarnos envolver por la seducción de la incredulidad:
La padecida por Israel ante los cultos canaeos de la fertilidad, olvidándose de Dios único dador de todos los bienes.
La padecida por Jesús, invitado a vivir su propio camino de filiación como “robo”, más que don.
Y la padecida por todos nosotros de buscar salvación fuera de Jesús.

Desde este domingo se nos invita a entrar en el desierto para poner a prueba lo que tenemos en el corazón. Nos introduce en lo vivido por otros para que sea enseñanza en nuestro caminar. Vamos a contemplar lo vivido por Jesús para dar paso al análisis de lo vivido por nosotros en el cada día.

Jesús ha recibido su llamada particular en el Bautismo. La voz oída del cielo le ha dicho: “Tú eres mi Hijo, el predilecto”. Sale del bautismo lleno del Espíritu Santo, pero debe concretar cómo responder a la llamada; cómo realizar la tarea de “ser Hijo de Dios”. El Espíritu lo lleva al desierto para discernir el camino y optar por el camino de Dios o por el camino de su realización personal y hacer a su modo y manera.
Ahí están las tentaciones, la prueba y las opciones que Jesús va tomando.
Primera tentación: El tentador aprovecha el hambre que tiene Jesús para estimularle a hacer ver que es Hijo de Dios y por tanto puede convertir las piedras en pan. Así se demostrará a sí mismo su mesianismo y su poder.
Por otra parte está la Palabra de Dios que dice: no solo de pan vive el hombre sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. Palabra que abre a Jesús una perspectiva de vivir en obediencia a Dios y vivir un mesianismo de hambre y con los hambrientos. La “potencia” de Jesús es desde Dios y nunca en su favor. Siempre a favor de los demás. Multiplicará el pan y se hará pan de vida.
Segunda tentación. “Si te postras ante mí, todo será tuyo”. Tentación del poder. Llegar a ser Rey de todo el mundo. Mesianismo político-militar. Aparentemente este era el camino llevado adelante por Moisés o por David, y las promesas mesiánicas hablaban de la restauración del reino de David.¿No podía, Jesús, estar llamado a ser el gran rey y caudillo de Israel? Para ello solo hacía falta someterse o postrarse ante el dios-poder.
La Palabra de Dios dice: “Solo te postrarás ante el Señor tu Dios y a El solo servirás”. Jesús elige la obediencia a la Palabra y no tener nada ni nadie ante quien postrarse sino solo Dios. El es el Padre y creador y a El solo escuchará y obedecerá porque solo en Dios está la vida. El Padre le indica o señala el camino de los desvestidos, de los desarmados, de los que no tienen poder ni lo añoran ni lo buscan. Será profeta desarmado y al final asesinado.
Será Mesías de luz no en el dominio, sino en el Espíritu. No “patrón” sino “misericordia incondicional”. No será imagen de un Dios “dominador” sino de un Dios, que se abaja y se deja aplastar. Un Dios que entrega la vida y muere. Ese es Dios y no otro. Un Dios solidario y no “jeque”.

Tercera Tentación. Jerusalén. Pináculo del templo. Jerusalén y Templo, son los lugares mesiánicos. Lugares hacia los que orientará su vida que será una subida hacia Jerusalén.
El tentador le sugiere que ponga a prueba las misma fidelidad de Dios para con él. Dios enviará “ángeles” para ayudarle y secundarle y hacerle fácil el camino.
Hay que notar, que el tentador usa ahora la palabra de Dios como fundamento de la tentación.
Jesús, también desde la palabra de Dios, asegura y ve que no se puede tentar al Señor para someterlo a tu favor. Dios nos es siempre favorable y está siempre en nuestro caminar, aunque el camino sea calvario y cruz y muerte. Ciertamente el “ángel” será enviado en el momento oportuno (huerto de getsemaní) para confortar y animar, pero nunca para quitar o desvirtuar la dureza del camino.

El tentador se retira hasta otra ocasión.
La vida de Jesús está sometida permanentemente a la tentación o a la elección del camino indicado por el Padre. Cada día debe pedir que se haga su voluntad en la tierra y no la “suya”. La gran tentación vendrá justamente en Jerusalén en los últimos días. Getsemaní y cruz: La gran tentación será siempre “Está o no está el Señor en medio de nosotros”.

¿Qué nos pasa a nosotros? Nosotros en el Bautismo hemos sido consagrados o ungidos como “hijos de Dios”. Este ser hijos, está sometido a la tentación permanente de la incredulidad.
Tentación de:
-No reconocer que todo es DON: tierra, pan, filiación.
-O bien no dejar a la Palabra de Dios que guíe nuestra forma particular de ser hijos de Dios: Pobres, sin poder y sin pretensiones ante Dios dejando a Dios ser Dios en nuestra vida. No dejar a Dios ser Dios

Nuestra vida es camino hacia la Pascua, que pasa por la entrega y la muerte.
En este camino tenemos las mismas tentaciones de Jesús.
Este domingo y la cuaresma nos enseñan cuales son las huellas que hemos de seguir.

Gonzalo Arnaiz Álvarez, scj.

martes, 16 de febrero de 2010 | | 0 comentarios

MIERCOLES DE CENIZA

Es la gran “apertura” de la cuaresma. El sentido del miércoles de ceniza, debe ser comprendido a la luz de la Palabra que se proclama en este día.
En 2 Corintios 5,20-6,2 se nos habla de tiempo de gracia y de conversión. Tiempo para dejarse reconciliar por Dios.
La cuaresma es un camino abierto por la iglesia para favorecer y provocar el encuentro con el Señor. A lo largo de este tiempo cuaresmal el Señor nos acompaña particularmente para promover y mover nuestro corazón a la conversión.
El “dejarse reconciliar por Dios” significa más un trabajo de Dios que nuestro. Es Él el que busca nuestra conversión y el que busca nuestra reconciliación. Es un abajarse tanto hacia nosotros que parece que es Él el que nos pide perdón y no viceversa. Nuestro Dios no deja de sorprendernos en su amor apasionado por nosotros.

Es el Evangelio de Mt, 6, 1 – 18 el que marca el ritmo del camino cuaresmal. Es un camino donde hay que ejercer el ayuno, la oración y la limosna.
Son los tres ejes sobre los que se hace este camino.

En este momento quiero hablar más del ayuno, sin tratar de quitar valor a las otras dos cosas. Importantes las tres, pero aproximémonos hoy particularmente al ayuno. Al final veremos que en el ayuno están implicados también la oración y la limosna.

¿Por qué ayunar?
Jesús no pasó a la historia por ser un gurú del ayuno. Mas bien lo contrario; no rehuía el comer y beber incluso con los publicanos y pecadores. Pero también es cierto que en momentos cruciales de su vida ayunaba y en alguna ocasión invitaba a sus discípulos a ayunar.
La Iglesia, siguiendo el mandato de Jesús, introdujo en su praxis vital algunos tiempos donde invitaba a todos los creyentes a practicar el ayuno con la intención de preparar mejor algún acontecimiento particular: La Pascua, la Navidad u otra festividad importante.

¿Por qué el Ayuno? El ayuno es un “sacramento o sacramental” que evoca una realidad mayor y es buscando esa realidad “mayor” por la que se ejercita. No tiene valor en sí mismo sino que lo tiene de forma referencial.

¿Cuáles son las realidades que evoca el ayuno para el creyente?

1. El ayuno como evocación de una ausencia.
El ayuno evoca la ausencia del esposo. Recordar la frase del evangelio (Mc 2, 18): ¿Por qué ayunan los discípulos de Juan y los tuyos no? Y la respuesta de Jesús: Pueden ayunar los invitados a boda, cuando el esposo está con ellos?
El ayuno nos recuerda que “el tiempo de la fiesta completa, el banquete eterno” todavía no ha llegado y lo esperamos en un futuro “próximo”. Tenemos “hambre” de su venida.
Es una espera que se hace oración para que se manifieste plenamente el esposo que ya se hace sentir: “El Espíritu y la esposa dicen : Ven”
La falta de “pan” revela la ausencia del “pan que viene del cielo”, es decir Jesús.
El ayuno es “memoria escatológica” es “tensión escatológica”.


2. Ayuno y hambre de la Palabra
El ayuno evoca una segunda hambre: la de la Palabra. En Deuteronomio 8, 2-3 se dice: “Dios en el camino del desierto te ha humillado, te ha hecho pasar hambre, después te ha alimentado con el maná, para hacerte entender que el hombre no vive solo de pan, sino que vive de cuanto sale de la boca del Señor”. Palabras que envían a Mateo 4, 1-4 donde Jesús en el desierto es tentado después de sentir hambre y responde al tentador: No solo de pan vive el hombre sino de la Palabra que sale de la boca de Dios.
El ayuno nos puede ayudar a entender que el vientre no es Dios. Que yo no soy centro de nada. Que tenemos hambres mayores que exigen un alimento mayor y mejor y que solo lo puede dar el Verbo hecho carne. La Palabra de Dios y la Eucaristía son para nosotros realidades más importantes y de alguna forma lo queremos hacer entender a nuestro propio cuerpo y a nuestro entorno social ejercitando el ayuno.

3. Ayuno como abstinencia de la Injusticia

Parece claro que hemos de abstenernos de hacer injusticias.
Pero es más importante tener hambre y sed de justicia.
Isaías (58,1-7) nos dice que el ayuno que Dios quiere es: romper cadenas inicuas, liberar a los oprimidos, compartir el pan con el hambriento, dar hospitalidad al miserable y sin techo, vestir al desnudo”. El ayuno cuaresmal nos abre a compartir nuestros bienes y hasta a dejarlos y darlos a los pobres. El ayuno cuaresmal nos habla de solidaridad.

4. Ayuno y descubrimiento del valor de los bienes

Renunciar al alimento para descubrir su valor: el pan es don trabajado que viene para quitar el hambre del hombre. El pan es “nuestro” y pertenece a todos.
Por el pan de cada día podemos dar gracias a Dios. Porque es “nuestro” no podemos ni dilapidar ni acumular ni engordar a costa de otros. ¡Cuánto bien nos haría descubrir la dimensión social de los bienes! En estos tiempos de “crisis económica” podríamos intuir cuál es la salida que hay que buscar. Ejercer más el “nuestro” que el “mío” sería practicar la enseñanza de Jesús y también lo que muchas veces indica la “Doctrina Social de la Iglesia”.

Resumimos diciendo: el ayuno no es un absoluto, un fin en si mismo. Es medio para descubrir otros absolutos o fines más importantes. Primado de la Palabra, de la Justicia, de la gratuidad, del amor.

El ayuno no es “merito” ante Dios; algo con lo que compro a Dios o le pago o me le hago favorable. El ayuno es un don acogido en alegría y obediencia a memoria de otras cosas. Porque es don no es aplastante sino que cada uno debe recibirlo según sus propias fuerzas.
No hagamos carreras sobre quien ayuna más y por más tiempo. No es eso.
Y quien no pueda hacerlo que no lo haga. Por eso no es menos “santo”.
Importante no descuidar aquello que representa el ayuno. Lo que cuenta es un AMEN rico de amor.

Gonzalo Arnaiz Alvarez, scj.