jueves, 19 de noviembre de 2009 | |

CRISTO REY DEL UNIVERSO
Último domingo del año. Domingo que quiere recapitular o condensar lo vivido y celebrado en el año. Y ciertamente durante todo el año celebramos a Jesucristo resucitado de entre los muertos; celebramos la Pascua del Señor. ¿Quién es Jesucristo? La liturgia de hoy responde: “El Rey del universo”. La Palabra elegida para hoy será la encargada de precisar el contenido de esta afirmación.
La lectura de Daniel (7,13-14) debemos leerla con la clave indicada en el domingo pasado. Intuye la acción de Dios en la tierra por el Hijo del hombre que restaurará justicia y derecho. Pero no supera los planos de acción de este mundo y de esta historia y al modo de los reinos de este mundo. Será una “vuelta a la tortilla” más y serán los judíos los que corten el bacalao.
Es el Evangelio de Juan (18, 33-37) el que nos dará una respuesta exacta de lo que hoy celebramos. En primer lugar afirmar que estamos presenciando el momento cumbre de la vida de Jesús. Estamos en los preámbulos de su pasión y muerte. Que son preámbulos de fracaso total a los ojos del mundo. Y es precisamente en éste momento donde el evangelista afirma la realeza de Jesús y el modo cómo se realiza esa realeza. (que es la entrega y la fidelidad hacia el Padre).
Jesús es Rey. Hasta ahora solo Dios era el “Rey de Israel” y el “Rey del universo”. Al afirmar la realeza de Jesús (“Tú lo dices: Soy Rey”) está afirmando que Jesús pertenece de forma muy particular a la esfera del mundo de Dios. Jesús es hombre pero es también Hijo de Dios. En lenguaje del credo, Juan está afirmando que Jesús es “Dios y hombre verdadero”. Este “Rey”, no lo olvidemos, será coronado de espinas, cargado con el madero y crucificado en el Gólgota. Esta mirada al crucificado y el recorrido vital hecho por Jesús es el que nos indica el cómo Jesús es Rey.
Cómo es Rey y cómo es este Reino. “Mi reino no es de este mundo”. Lo vamos a traducir por: “El esquema de valores de mi Reino no tiene nada que ver con el que se maneja entre los reinos de este mundo”. “Para esto he venido al mundo”. No ser del mundo no implica una huida del mundo o un desentenderse de los avatares de la historia. La misión de Jesús se hace en la historia. Encarnarse no es otra cosa que asumir todo lo creado como bueno, como obra de Dios e insertarse en esa Obra de Dios para cooperar en la tarea creadora siendo con-creadores y llevando esta realidad cósmico-temporal hacia su plenitud: “La Pascua de la creación”.
Una mirada a la realidad social del reino donde vive Jesús.
Jesús se encuentra ante un mundo cuyo motor es la ambición de dinero y de poder (Mammona). Esta ambición da origen a una ideología contraria a la Verdad de Dios. Esta ambición justifica una situación donde “el hombre es lobo para el hombre”. Impera el ¡sálvese quien pueda! Se crea un orden social injusto donde aparecen hombres esclavizados por otros hombres o ideologías; donde los que dominan subyugan. Nace una ideología (incluso teocrática) que defiende y mantiene una estructura social injusta. El pueblo es víctima de este orden social y sufre opresión y marginación social, política y religiosa.
Para sacar al pueblo de esta opresión Jesús no combate el orden injusto oponiéndose con violencia. Muchos pueden coincidir con el análisis sociológico hecho hasta ahora, pero aquí se marcan diferencias: los métodos para combatir son distintos. Hay muchos que intentan rescatar al hombre de la injusticia con métodos coercitivos o violentos. Jesús dirá que “quien a hierro mata, a hierro muere”. Violencia genera violencia. No puede ser método válido para implantar justicia aquello que de por sí es injusto. Toda opresión lo que impone es otra “ideología” que no supera a la anterior (vuelta de la tortilla). Será otra ideología opresora de otro calibre, pero nada más. Jesús apuesta claramente por la “no violencia”. Pero una “no violencia” activa y no una no violencia de cuarteles de invierno o de pusilánimes.
Jesús libera enfrentándose y desenmascarando la falsedad del orden injusto. A la falsa ideología no presenta otra ideología, sino la experiencia del Amor que comunica vida. Jesús en su vida realiza las “Obras del Padre”. No hace otra cosa. Hacer eso es desquiciar el mundo. Quitar el quicio de la ambición (poder, dinero) y poner el quicio del Amor del Padre.
El quicio del Amor.
Expresión máxima de ese “quicio” es Jesús en la cruz. El valor máximo del Reino de Jesús es “perder la vida” entregada libremente y por amor, para que los otros tengan vida en abundancia. Valor máximo en el Reino de Jesús es servicio o hacerse el servidor de todos. El Reino de Jesús apuesta por todo el mundo creado que es don de Dios y tarea del hombre el llevarlo a plenitud. Reino de Jesús será encarnar y vivir las bienaventuranzas. Reino de Jesús será practicar toda justicia y obrar misericordia (Tuve hambre y me disteis de comer….) Reino de Jesús es ser testigos de la Verdad. Y la Verdad es Alguien. La Verdad es Dios, que es Padre que ama infinitamente al Hijo y en el Hijo a los hijos (hombres y mujeres) y todo lo creado. Este Padre nos da el Espíritu (el Amor) para hacernos hijos y capaces de vivir desde ese Amor y como ese Amor.
Nuestra tarea será mostrar el Amor que Dios nos tiene, siendo libres para amar a todos como hermanos. No tener miedo a “perder” porque en Cristo ya hemos sido todos rescatados y resucitados. Vivir desde el quicio del Amor es vivir un poco desquiciadamente porque tantas veces se va contracorriente de aquello que es “políticamente correcto” o que es socialmente admitido como lo más “in” o lo más moderno y progre. Es vivir desquiciadamente porque tantas veces en la vida apostamos a “caballo perdedor” porque creemos que la persona es el último valor a rescatar y a mantener, aunque se vengan abajo otros valores aparentemente muy respetables. Pero este desquiciamiento es Sabiduría y Gracia desde Dios.
La lectura del Apocalipsis (1, 5-8)es el colofón y la proclamación de la Iglesia primera de quién es para ella Jesucristo: El Testigo fiel, el primogénito de los muertos y el príncipe de los reyes de la tierra. Proclama su vida terrena como testigo, su victoria sobre la muerte y su Regalidad después de la ascensión. Es Rey porque antes fue testigo fiel hasta dar la vida por los hermanos.
Con la liturgia pascual podemos concluir diciendo: Cristo ayer y hoy, principio y fin. Alfa y Omega. Suyo es el tiempo y la eternidad. A Él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.
Un abrazo.
Gonzalo Arnaiz, scj.

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