jueves, 25 de marzo de 2010 | |

DOMINGO DE RAMOS año 2010
Con el Domingo de Ramos abrimos nuestro tiempo de celebración pascual, un tiempo que irá in crescendo hasta el Triduo Pascual (Jueves tarde, Viernes, Sábado y sobre todo la Vigilia Pascual en la madrugada del Domingo de Pascua). Iniciamos una semana de 8 días con su punto focal en el octavo día prolongado en la octava pascual.
Quizás el domingo de Ramos empieza con una sonoridad muy fuerte, marcada por la tradición, de tal forma que casi a nivel de noticia eclipsa el propio domingo Pascual. Si hubiera que medirlo por la asistencia de gente a las celebraciones, sin duda que este domingo se lleva “la palma” y nunca mejor dicho. Pero aprovechando esta sonoridad, habrá que celebrarlo en su digna medida y utilizarlo para introducirnos con fuerza en nuestras fiestas pascuales.
Domingo de Ramos es un domingo “mesiánico” por excelencia. ¿Quién es el Mesías? ¿Cuál es su misión y función en medio de nosotros? ¿Jesús, es el Mesías de Dios?
Está claro que “Israel”, el pueblo coetáneo de Jesús esperaba un mesías “rey”, nuevo David que restaurase esta dinastía y su esplendor haciendo de Israel una nación con supremacía sobre todas las naciones de la tierra. Este mesías tenía una incidencia política muy clara.
La narración de Lucas 19, 28-40 mantiene esta expectativa por parte de los discípulos de Jesús y de otros muchos que le acompañan. Ante las palabras de Jesús al aproximarse a Jerusalén y ejecutar su entrada montado sobre un asno, vemos que hay aclamaciones que detectan esta expectativa. Los discípulos habrían exclamado un ¡por fin! o ¡finalmente ha llegado la hora de instaurar el reino de Dios en este mundo! El mesías hará de nuevo los prodigios antiguos y será consagrado rey, o incluso si es necesario utilizar la “mano militar”, pues se utiliza. ¡Qué poco habían entendido lo tantas veces dicho por Jesús! Todavía habrían de aprender mucho en lo que acontecerá en Jerusalén.
Jesús camina en “otra onda”. Sube a Jerusalén para entregar su vida. Sube a Jerusalén para subir al “leño”. Sube a Jerusalén para cumplir la voluntad del Padre, que no es precisamente la de machacar al que se oponga sino la dejarse machacar desde la pobreza, la humildad y la mansedumbre; desde el respeto y del amor incluso al enemigo.
En el evangelio de Lucas hay una revelación nada subliminal de la realidad de Jesús, puesta en la misma boca de Jesús. Cuando manda a sus discípulos ir a Jerusalén a buscar al pollino dice el texto lo siguiente: “Desatadle (al pollino) y traedle. Y si alguien os dice: ¿Por qué lo desatáis?. Contestad: “El Señor lo necesita”. Es una de las pocas veces que en el evangelio de Lucas, Jesús se denomina a sí mismo con este nombre: “El Señor”. Adonai. Es el nombre de Dios. Jesús se está revelando como Alguien más que profeta; alguien más que David; alguien más que Moisés. Pero ya podemos empezar a ver que el “señorío” de Jesús, será del todo diferente al de los “señores” de la tierra.
Serán las lecturas posteriores donde se va a describir la realidad de este “señorío”. Sobre todo en la narración del Evangelio (Lucas 22, 14 – 23, 56) donde se nos describe el trance final de la vida de Jesús. Esta lectura la meditaremos de forma particular en el primer día del “triduo sacro” que será el Viernes. Pero también las otras dos lecturas hablan claramente de la misión del Mesías y de su “señorío”.
Isaías 50, 4-7 nos hace, en el tercer cántico del Siervo de Yhaweh, la foto-robot del futuro mesías. Al menos así lo han visto todos los evangelistas y la primera comunidad de creyentes. Han interpretado el acontecimiento de la cruz, siguiendo la falsilla de los 4 cánticos del Siervo en Isaías. Jesús tendrá una lengua de iniciado, o de sabio, para decir a los cansados y agobiados que venga a Él; que no teman; que Dios está de nuestra parte, o de parte de los más pobres y marginados. Pero lo que dice Jesús, primero lo ha oído del Padre, lo ha escuchado atentamente y entra en obediencia a esa voluntad del Padre. Y el Padre no quiere imponerse por la fuerza de las armas sino por la fuerza del amor. Por eso, el Siervo – Jesús , no se resistirá al mal, ofrecerá su espalda a los que le golpeen y sus mejillas a quienes mesaban su barba. Será como el cordero llevado al matadero. Y todo eso en beneficio de los muchos. Está claro que el Mesías no lo será desde la fuerza que da el poder político, económico o religioso, sino que lo será desde la fuerza del servicio-entrega-amor.
San Pablo en Filipenses 2, 6-11 , recoge un himno primitivo de la comunidad cristiana (estamos en los inicios de la verbalización teológica de lo que significa la Pascua de Jesús) donde se nos habla del “despojamiento” (kenosis) de Jesús, que no duda en dejar el mundo y la realidad de Dios, para hacerse uno como nosotros, semejante a nosotros, haciéndose “siervo” (recuerden el siervo de Yhawhe) y esclavo, siendo obediente hasta la muerte y ¡una muerte de cruz! (muerte de esclavo y no de ciudadano). El reinado de Jesús es despojamiento, abajamiento, anonadamiento. Ponerse a la altura del más bajo. Y lo hace por amor gratuito y por obediencia al Padre.
El Padre no permanecerá inactivo. Una vez culminada su carrera de siervo hasta la muerte el Padre rescata al Hijo y lo vuelve a situar en el rango que había abandonado. Lo sienta a su derecha y lo hace “Señor” (nombre que nos resulta conocido por que lo ha utilizado Jesús en el Evangelio de la entrada a Jerusalén). Jesús ahora se convierte en fuente de Vida y de Salvación para todos los que creen en Él.
Esta es la PASCUA del Señor.
Entremos en el proceso y dinámica de vida de Jesús, para que también nosotros hagamos pascua. A esto estamos invitados en estos días, a vivir el memorial de la Pascua para crecer cada uno de nosotros pascualmente, para que sepamos también nosotros desvestirnos de nosotros, abajarnos para servir amando a los demás.
Permitid una glosa sobre la celebración de la procesión de las palmas.
Las celebraciones litúrgicas nunca son repetición mimética, casi teatral, de lo que un día sucedió. La procesión de ramos y palmas no es repetición de la entrada en Jerusalén de Jesús. La Pascua, históricamente, ya sucedió; y desde ese suceso hay novedad novedosa para todo lo que después viene. Nuestras celebraciones son pos-pascuales y nunca pueden volver a ser pre-pascuales. Cristo ha resucitado una vez para siempre.
Lo que hacemos en la celebración es memorial de la Pascua de Cristo donde todo se ha cumplido.
En la procesión de las palmas, nosotros reconocemos que Jesús ha entrado en la Jerusalén celestial, que allí está sentado a la derecha del Padre y que allí es Señor; y que un día vendrá a juzgar a vivos y muertos. Celebramos la victoria de Jesús y con ello la incorporación de todos nosotros a esa victoria sobre la muerte que un día también será plena en nosotros.
En la celebración de la procesión de palmas, los importantes (por decir algo) somos todos nosotros en cuanto que caminamos como pueblo de Dios hacia la Jerusalén celestial. Y caminamos ya con las “arras” del Espíritu y con la palma en la mano que augura nuestra victoria de testigos de la resurrección. Testigos santos, que un día en nuestro bautismo, fuimos incorporados a la “pascua” de Jesús. Por nuestro bautismo hemos sido constituidos en pueblo santo y pueblo de Dios.
En la procesión, de entre todos nosotros, el que representa a Cristo en medio de nosotros es el sacerdote. Él, sacramentalmente, es el más importante. Por ser el sacramento de Cristo cabeza, no debería llevar ramo o palma (aunque lo hagan la gran mayoría, incluido el Papa) y de alguna manera simbolizar la centralidad de Cristo. La cruz que se lleva en procesión, no debe ser más allá de la “cruz de guía” que abre el camino, pero no tiene cariz sacramental (como sí lo tendrá en la adoración del Viernes Santo).
Fin de la glosa.
A todos os deseo una intensa vivencia de los misterios pascuales, para culminarlos el próximo domingo de PASCUA.
Un abrazo. Gonzalo

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