miércoles, 3 de marzo de 2010 | |

DOMINGO IIIº de Cuaresma –C

Las lecturas de este domingo son:

Éxodo 3, 1-15: Mi nombre es “Yo soy”.
1Corintios 10, 1-12 : Quien cree estar de pié, que mire no caer.
Lucas 13, 1-9 : Si no os convertís, pereceréis como ellos.
Salmo 102 : El Señor perdona todas tus culpas y tiene piedad de su Pueblo.

La Palabra de Dios hoy, nos llama a la CONVERSIÓN.
Llamada de conversión a Moisés bajo la invitación a ponerse en camino,
A los cristianos de Corinto y a los “algunos” del evangelio
Y a cada uno de nosotros.

La teofanía de la zarza ardiente.
La lectura del Éxodo proclama una experiencia nuclear de la fe de Israel. Es el momento revelador e inicial del Dios de Israel que prepara la Alianza del Sinaí. Sirve de “memorial” de una de las sucesivas “pascuas” que Dios celebra con su pueblo. Por esta lectura entramos en ambiente de “éxodo” cuyos protagonistas son YHWH y Moisés.

El principal protagonista va a ser Dios y es Él el que toma la iniciativa. Se manifiesta en una llama que arde en medio de la zarza y no quema la zarza. La zarza es la más humilde o el más pequeño de los árboles. Dios elige este lugar. No lo quema, lo ilumina y desde él llama. Dios no destruye o elimina, sino que convoca, atrae y propone. Dios es un personaje activo: entra en la historia del hombre y se preocupa por ella. No es indiferente ni apático. Dios escucha el lamento de su pueblo y decide apostar por él. Un Dios que se abaja, que escucha, se acerca y es solidario. Sale al encuentro de este pueblo para liberarlo y hacerlo salir hacia la tierra prometida. Dios es liberador o libertador.

Dios entra en la historia de los hombres convocando o eligiendo a hombres a los que pide una dedicación al servicio de los demás. En esta ocasión es Moisés el elegido por medio de la atracción de aquella zarza que arde sin consumirse. Moisés se acerca y Dios se le revela hablando con él. Dios “habla” permanentemente y desde muchas instancias. En esta ocasión habla a Moisés que escucha la voz de Dios. Un Dios que le envía a una misión “imposible”, descabellada; una locura.

Moisés escucha y acepta pero quiere garantías. Llega un momento en que exige la máxima garantía: conocer el nombre de Dios y así poder dominarlo o tenerlo como tótem del Pueblo. No es tonto Moisés. Quiere todas las seguridades de que Dios no le va a fallar y que siempre éste Dios “obedecerá” las iniciativas del “caudillo Moisés”.

Dios huye el dejarse aprisionar o manipular. Dios es el siempre libre y que deja ser libres. Dios es el que respeta, el dador de vida. Por eso su nombre es el “que es” o hace ser, o acompaña, o está a tu lado; pero es el distinto e inasequible, justamente para que tu puedas ser también distinto y libre.
Moisés es invitado a fiarse del Dios de sus padres (Abraham, Isaac y Jacob). Un Dios que ya había escrito una historia de salvación con sus padres.
Fiarse de Dios supone para Moisés ponerse en un nuevo “éxodo” o volver a dejar la tierra de Madián y meterse en el fragor de la batalla, en medio de su pueblo que sufre esclavitud. Compartiendo la vida con su pueblo, es donde Moisés podrá preparar el gran “éxodo” con su pueblo Israel. Este “Éxodo” serán 40 años por el desierto para llegar a la tierra prometida. Años de pruebas y también de consolaciones de Dios.

La lectura de San Pablo nos llama también a conversión. Es claramente un llamado a no caer en la tentación de creernos salvados o seguros en el camino de la salvación por el hecho de pertenecer a una iglesia o a una congregación o a haber hecho muchas cosas por Dios.
La seguridad no puede venirnos desde nuestras fuerzas o desde dentro de nosotros mismos. La salvación nos llega gratuitamente desde Dios, desde el Padre de nuestro Señor Jesucristo que siempre toma la iniciativa de llamarnos porque nos ama. Seguir a Jesús es el camino, y este seguimiento es fácil descubrirlo solo si se escucha la Palabra de Dios. Es un camino de cruz y por tanto sembrado de muchos percances. Es un camino por el desierto de la vida. Es necesario crecer en la Fe y fiarse permanentemente de Dios que está siempre de nuestra parte y a nuestro lado. YHWH: Está con nosotros siempre.

El Evangelio es también un llamado de Jesús a la conversión.
También Jesús rechaza una idea de un Dios comodín o un Dios vengador.
En el fondo casi siempre queremos leer las desgracias que se dan como “castigos” de Dios. Castigos para los otros, porque nosotros estamos libres de polvo y paja. Somos buenos o nos tenemos por tales, por lo que Dios nos debe respetar.
Jesús no admite este razonamiento. Ni los que mueren a manos de Pilatos, o los que mueren por el hundimiento de una torre son más o menos pecadores que los que quedan o quedamos vivos. Todos somos pecadores y podríamos decir que merecedores del castigo. Pueden sonar duras estas palabras y hasta nos pueden escandalizar. Jesús, que habla claro y sin rodeos, nos sitúa ante nuestra realidad pecadora. Pecamos tantas veces de pensamiento, de palabra, de obra y de omisión; sobre todo de omisión. Y es bueno reconocerlo y no buscar justificaciones “tontas”.

Pero Dios no castiga. Además es paciente y espera. Brinda siempre la ocasión para la conversión y el encuentro. Dios espera siempre que demos frutos de vida. La parábola de la higuera es muy elocuente. El viñador está preocupado por el árbol y va a intentar mimarlo a tope para ver si puede arrancar de él frutos. Ese viñador es papá Dios que se fija en nosotros y desea que demos frutos de vida eterna. Dios Abba nos hablará al oído, nos mimará, nos cuidará, nos podará (por medio de cada acontecimiento de nuestra vida) para que demos fruto: frutos de amor siguiendo los pasos del gran Libertador que es Jesús.

Justamente este tiempo es tiempo de conversión para dejar a Dios ser Dios.
Que sea el Señor el que guíe nuestra vida.
Aprender de Él, el camino que lleva a la vida: Mirar al oprimido y al pecador no lanzando sobre ellos nuestro juicio sino nuestra ternura y la misma urgencia paciente con la cual nosotros, también injustos, somos visitados por Aquel que tiene el poder de quitar y dar la vida. Tener el oído abierto para oír los clamores de nuestro pueblo que gritan o piden “justicia” porque están oprimidos por leyes que les excluyen de nuestras fronteras y por prejuicios nuestros que evitan en nosotros procesos de comunión y de integración. No olvidemos que el ayuno agradable al Señor es “romper los cerrojos”.

Gonzalo Arnaiz Álvarez, scj.

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