lunes, 26 de diciembre de 2011 | |

ANTE EL PORTAL DE BELEN






            La contemplación de un niño recién nacido o de un bebe en el regazo de su madre, es una de las imágenes más entrañables, conmovedoras y enternecedoras que uno puede admirar. Personalmente, siento su caricia en lo más sensible y profundo del corazón.

            No puedo evitar separar mi vista de ella y esbozo una sonrisa de gozo profundo y a la vez de agradecimiento por el don que han recibido de Dios sus padres. ¡Qué extraordinaria belleza! Se podría afirmar, sin lugar a ninguna duda, que ni la más acreditada paleta de un pintor lograría superarla.

            Esa es la experiencia que todo hombre tiene, pues se es padre, abuelo, tío o simplemente persona, que por serlo, está dotada de sensibilidad.

            Y si ese niño recién nacido es el Niño Jesús y su madre es la Virgen, bajo la mitrada atenta, y actitud servicial y amorosa de San José, al calor de una mula y un buey, ¿Qué decir, y qué pensar?

            No es posible permanecer insensible ante tal situación; al menos para los cristianos. Tampoco para toda persona de buen corazón.

            A la vez que el calor que desprende la imagen, por lo que a mí respecta, me embarga un profundo sentimiento de agradecimiento.

            La admiración de esta vista me produce tal serie de impresiones, que me impulsa y me lleva a elevar mis ojos a lo alto, agradeciéndole a nuestro Padre Dios el don de su Hijo venido a nuestro mundo. Él es nuestra luz, nuestra salvación.

            Al contemplarlo, a pesar de su pequeñez, o quizás por ello mismo, me embarga, a pesar de ser odiosas las comparaciones, la misma alegría que experimento San Juan al saltar de gozo en el vientre de su madre, oyendo el saludo de la Virgen a su prima Santa Isabel.

            Quizás sea ese el motivo que nos impulsa a todos a cantar villancicos. A expresar nuestra alegría de esa manera.

            Sin ese Niño no puede haber en este mundo, ni libertad, ni luz, ni vida. Él es el más grande regalo que pudiese hacernos Dios. Nada ni nadie jamás lo superará.

            Necesitamos todos, absolutamente todos, que alumbre nuestra existencia ese "Sol que nace de lo Alto". A pesar de que no siempre tiempos pasados fueron mejores, quizás hoy más que en otras épocas, lo necesitemos imperiosamente.

            Si en muchas ocasiones y por mil circunstancias, encontramos que nuestra vida se tambalea debido a nuestra fragilidad humana, Él es la "piedra angular". En Él podemos asentar con total firmeza nuestra existencia.

            Sinceramente creo que la contemplación de ese Niño recién nacido debe hacernos comprender que su grandeza y poder son totalmente antagónicos de los que el mundo considera como tales.

            El mundo nos enseña a ser los primeros en todo, a servirnos de cualquier causa y motivo para medrar, a considerarnos superiores a los demás... y un sinfín de actitudes que para nada nos ayudan a encontrarnos felices y satisfechos.

            Y sin embargo esa criatura tan pequeña y frágil nos sugiere todo lo contrario, pues con su vida y ejemplo dejó constancia que vino a nosotros a servir y a no ser servido, a considerarse el último y no el primero. A entregar su vida por los demás y a no mirarse a sí mismo. A cargar con los defectos y faltas de los demás, no echándoles en cara su pecado; perdonando las veces que haga falta. Realmente necesitamos del perdón y la reconciliación; tanto para darlo como para recibirlo. ¿Cuándo comprenderemos esto?

            En estas fechas tan entrañables y contemplando el gran misterio, que por serlo, no somos capaces de asimilar y comprender en su totalidad, no dejemos de recordar que Dios viene precisamente para decirnos a todos que el dolor es pasajero, que el sufrimiento no es para siempre, que la muerte esta vencida, pues Aquel que hoy nace nos abre la puerta de la eternidad.

            Hoy celebramos que en la ciudad de David, pero también en cada una de las nuestras y de las de todo el mundo, a aquellos que quieran recibirlo y acogerlo, en nuestras familias y en las de todo el orbe, en el corazón de cada uno de los hombres, "NOS HA NACIDO UN SALVADOR, EL MESIAS, EL SEÑOR". Aquel que da completo sentido a nuestra vida, a nuestra historia.

            Anunciemos esto como lo hicieron los ángeles hace más de dos mil años a todos los hombres de buena voluntad.

            Independientemente de poner la colgadura identificativa de tan magno acontecimiento en el balcón, cantar villancicos, leer el Pregón de Navidad antes de cenar, pedirnos mutuamente perdón y asistir a la Misa del gallo, en mi casa, siguiendo las indicaciones de nuestro Arzobispo D. Carlos, encenderemos una vela que colocaremos en la ventana indicando el nacimiento de Jesús, ¿y en la tuya?

            ¡Feliz Navidad!         



            Fco. Javier Burguera Sarró

           

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