viernes, 13 de enero de 2012 | |


EL  PODER  DE  DIOS



            Alguien dijo alguna vez que la vida no es de color de rosa, y que en caso de tenerle que poner algún color no sería ese el más indicado. Tampoco sería justo y equitativo decir que es de color gris o negro. Acontecen en ella momentos de suma alegría entremezclados con otros de pena y dolor. Se da generalmente esta alternancia.

            Nos ocurren con cierta frecuencia situaciones inesperadas que nos llevan al sufrimiento, a la angustia, a la duda, a la desesperanza...Son momentos duros que afrontamos de la mejor manera que podemos y que nos inducen en una mayoría de casos a elevar nuestras suplicas a Dios, a poder confiar y descansar en Él, a recibir su auxilio y su consuelo Nos acordamos de aquellas palabras de la Biblia: "Dios es nuestro refugio y fortaleza, nuestro auxilio en las tribulaciones" (Sal 45,2) Nos viene a la memoria que la oración desata el poder de Dios a favor nuestro.

            Y esta ansia de aclamarnos a Dios y recibir de Él su auxilio no es privativa del hombre creyente, sino más bien, de todo hombre. Todos, absolutamente todos, la tenemos incrustada en lo más profundo de nuestro corazón, y en algún momento de nuestras vidas Él se ha hecho o se hará presente. El corazón del hombre no puede descansar totalmente sino es en el Señor.

            Bien cierto es, que para recibir este consuelo y auxilio, nosotros debemos permanecer expectantes pero no exigentes. No nos debemos de erigir en protagonistas; más bien, debemos dejar que sea Dios quien realmente sea el protagonista. No queramos imponer a Dios nuestro criterio. Dejemos a Dios actuar.  Él a este respecto nos dice: "Reconoced que yo soy Dios" (Sal 45,11)

            Con estas últimas palabras nos da a entender que conoce perfectamente cuál es la situación en que nos encontramos y nos sugiere que confiemos en Él. Que descansemos puesto que tiene poder para librarnos de cuanto nos está aconteciendo y de muchísimo más. Que su poder no tiene limitación alguna. Que hace todo aquello que quiere hacer.

            Además, nos recuerda, que en esos momentos de sufrimiento y dolor, y en cualquier otro, "adiestra mis manos para la batalla" (2  Sam 22,35) Nos prepara para no sucumbir; para vencer el temor, la ansiedad y la preocupación.

            Sin embargo, y ocurre con más frecuencia de la que desearíamos, es precisamente en esos momentos y ocasiones que nos dirigirnos a Dios con más fuerza que nunca, cuando aparecen las dudas, las inseguridades y los recelos. Ellos hacen que nos surgen preguntas como estas: ¿es cierto que Dios tiene poder?, ¿cuál es el poder de Dios?, ¿donde se manifiesta su poder?

            No se trata, ni mucho menos, de que nuestra fe sea cuestionada, pues ésta no presupone que no se tengan dudas. Es más, las dudas son inherentes a la fe. No suele darse casi nunca una fe sin ningún género de duda. Dicen los psicólogos que la duda es consustancial a la naturaleza del hombre.

            Nuestra vida de fe es una lucha continua. Y las dudas que nos asaltan son la consecuencia de la batalla que hemos entablado con el demonio que siempre nos plantea la misma pregunta: ¿Como  Dios, al que dices que es tu padre, permite que te ocurra eso?

            Los hombres, generalmente, somos muy dados a buscar culpables a todos y a cada una de las penalidades, desgracias y sufrimientos que padecemos. Es sumamente difícil y problemático aceptar muchas veces que los culpables somos nosotros mismos. Son muchas las veces que nos ponemos una venda en los ojos para no querer ver esta realidad.

            Y si esto es así, que lo es, cabe hacerse una pregunta: ¿Cuando nos dirigimos a Dios en esos momentos de dolor, no pensamos en el fondo de nuestro corazón que Él  lo ha permitido? ¿No es bien cierto que juzgamos en nuestros razonamientos a Dios?

            Previamente, antes de arrodillarnos frente a Él, ya vamos con ciertas prevenciones y recelos. Nos cuesta admitir que no somos autosuficientes, que somos muy débiles y limitados. Nos encontramos rebeldes al no aceptar tantos problemas y el sufrimiento que nos acarrea,  y pensamos que nos los manda Dios, y al acudir de ese modo nada podemos obtener de Él. Nuestra suplicas y oraciones no serán oídas. Nos falta mucha humildad y nos sobra mucho orgullo. Muchas veces esa es nuestra realidad. Nos cuesta aceptar que necesitamos la ayuda de Dios.

            No obstante, la Escritura es muy esclarecedora y no deja lugar a duda alguna. El profeta Isaías nos dice: "Mirad, el Señor Dios llega con poder y su brazo manda "(40,10) Realmente asevera de forma categórica el poder Dios.

            En estos momentos de la historia de la humanidad se observa que se han perdido una serie de valores y categorías que en otro tiempo fueron identificativas de una manera de entender la vida. En este caso concreto me estoy refiriendo a la palabra "confiar". ¿Quien confía hoy plenamente, cuando todo se cuestiona?

            Los cristianos, en particular, debemos recordar cómo se vivía en los primeros siglos del cristianismo. Ciertamente, y así lo podemos observar leyendo el Libro de los Hechos de los Apóstoles, se vivía con plena y total confianza en Dios. Era el signo que distinguía una forma de vivir diferente a los paganos.

            Confiemos en el poder de Dios.

            Fco. Javier Burguera Sarró

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