EL PODER
DE DIOS
Alguien dijo alguna vez que la vida
no es de color de rosa, y que en caso de tenerle que poner algún color no sería
ese el más indicado. Tampoco sería justo y equitativo decir que es de color
gris o negro. Acontecen en ella momentos de suma alegría entremezclados con
otros de pena y dolor. Se da generalmente esta alternancia.
Nos ocurren con cierta frecuencia
situaciones inesperadas que nos llevan al sufrimiento, a la angustia, a la
duda, a la desesperanza...Son momentos duros que afrontamos de la mejor manera
que podemos y que nos inducen en una mayoría de casos a elevar nuestras
suplicas a Dios, a poder confiar y descansar en Él, a recibir su auxilio y su
consuelo Nos acordamos de aquellas palabras de la Biblia: "Dios es nuestro
refugio y fortaleza, nuestro auxilio en las tribulaciones" (Sal 45,2) Nos
viene a la memoria que la oración desata el poder de Dios a favor nuestro.
Y esta ansia de aclamarnos a Dios y
recibir de Él su auxilio no es privativa del hombre creyente, sino más bien, de
todo hombre. Todos, absolutamente todos, la tenemos incrustada en lo más
profundo de nuestro corazón, y en algún momento de nuestras vidas Él se ha
hecho o se hará presente. El corazón del hombre no puede descansar totalmente
sino es en el Señor.
Bien cierto es, que para recibir
este consuelo y auxilio, nosotros debemos permanecer expectantes pero no
exigentes. No nos debemos de erigir en protagonistas; más bien, debemos dejar
que sea Dios quien realmente sea el protagonista. No queramos imponer a Dios
nuestro criterio. Dejemos a Dios actuar.
Él a este respecto nos dice: "Reconoced que yo soy Dios" (Sal
45,11)
Con estas últimas palabras nos da a
entender que conoce perfectamente cuál es la situación en que nos encontramos y
nos sugiere que confiemos en Él. Que descansemos puesto que tiene poder para
librarnos de cuanto nos está aconteciendo y de muchísimo más. Que su poder no
tiene limitación alguna. Que hace todo aquello que quiere hacer.
Además, nos recuerda, que en esos
momentos de sufrimiento y dolor, y en cualquier otro, "adiestra mis manos
para la batalla" (2 Sam 22,35) Nos
prepara para no sucumbir; para vencer el temor, la ansiedad y la preocupación.
Sin embargo, y ocurre con más
frecuencia de la que desearíamos, es precisamente en esos momentos y ocasiones que
nos dirigirnos a Dios con más fuerza que nunca, cuando aparecen las dudas, las
inseguridades y los recelos. Ellos hacen que nos surgen preguntas como estas: ¿es
cierto que Dios tiene poder?, ¿cuál es el poder de Dios?, ¿donde se manifiesta
su poder?
No se trata, ni mucho menos, de que
nuestra fe sea cuestionada, pues ésta no presupone que no se tengan dudas. Es
más, las dudas son inherentes a la fe. No suele darse casi nunca una fe sin
ningún género de duda. Dicen los psicólogos que la duda es consustancial a la
naturaleza del hombre.
Nuestra vida de fe es una lucha
continua. Y las dudas que nos asaltan son la consecuencia de la batalla que
hemos entablado con el demonio que siempre nos plantea la misma pregunta:
¿Como Dios, al que dices que es tu
padre, permite que te ocurra eso?
Los hombres, generalmente, somos muy
dados a buscar culpables a todos y a cada una de las penalidades, desgracias y
sufrimientos que padecemos. Es sumamente difícil y problemático aceptar muchas
veces que los culpables somos nosotros mismos. Son muchas las veces que nos
ponemos una venda en los ojos para no querer ver esta realidad.
Y si esto es así, que lo es, cabe
hacerse una pregunta: ¿Cuando nos dirigimos a Dios en esos momentos de dolor,
no pensamos en el fondo de nuestro corazón que Él lo ha permitido? ¿No es bien cierto que
juzgamos en nuestros razonamientos a Dios?
Previamente, antes de arrodillarnos
frente a Él, ya vamos con ciertas prevenciones y recelos. Nos cuesta admitir
que no somos autosuficientes, que somos muy débiles y limitados. Nos
encontramos rebeldes al no aceptar tantos problemas y el sufrimiento que nos
acarrea, y pensamos que nos los manda
Dios, y al acudir de ese modo nada podemos obtener de Él. Nuestra suplicas y
oraciones no serán oídas. Nos falta mucha humildad y nos sobra mucho orgullo.
Muchas veces esa es nuestra realidad. Nos cuesta aceptar que necesitamos la
ayuda de Dios.
No obstante, la Escritura es muy
esclarecedora y no deja lugar a duda alguna. El profeta Isaías nos dice:
"Mirad, el Señor Dios llega con poder y su brazo manda "(40,10)
Realmente asevera de forma categórica el poder Dios.
En estos momentos de la historia de
la humanidad se observa que se han perdido una serie de valores y categorías
que en otro tiempo fueron identificativas de una manera de entender la vida. En
este caso concreto me estoy refiriendo a la palabra "confiar". ¿Quien
confía hoy plenamente, cuando todo se cuestiona?
Los cristianos, en particular,
debemos recordar cómo se vivía en los primeros siglos del cristianismo.
Ciertamente, y así lo podemos observar leyendo el Libro de los Hechos de los
Apóstoles, se vivía con plena y total confianza en Dios. Era el signo que
distinguía una forma de vivir diferente a los paganos.
Confiemos en el poder de Dios.
Fco. Javier Burguera Sarró
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