lunes, 22 de noviembre de 2010 | |

DEL 21 AL 27 NOVIEMBRE
JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO. «Por medio de él fueron creadas todas las cosas: celestes y terrestres, visibles e invisibles, Tronos, Dominaciones, Principados, Potestades; todo fue creado por él y para él. Él es anterior a todo, y todo se mantiene en él. Él es también la cabeza del cuerpo: de la Iglesia. Él es el principio, el primogénito de entre los muertos, y así es el primero en todo. Porque en él quiso Dios que residiera toda la plenitud. Y por él quiso reconciliar consigo todos los seres: los del cielo y los de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz» (21 noviembre)

LA PRESENTACIÓN DE LA SANTÍSIMA VIRGEN La niña María -¡qué gracia en su vuelo!-, paloma del cielo, al templo subía y a Dios ofrecía el más puro don: sagrario y mansión por él consagrada y a él reservada es su corazón ¡Oh blanca azucena!, la Sabiduría su trono te hacía, dorada patena, de la gracias llena, llena de hermosura. Tu luz, Virgen pura, niña inmaculada, rasgue en alborada nuestra noche oscura (Bernardo Velado) (21 noviembre)

RUFO (s. I) ¿Rubio, rojo o bermejo? ¿Tenía el pelo ensortijado? ¿Es el hermano de Alejandro e hijo de Simón, natural de Cirene, que venía del campo, y le obligaron a llevar la cruz de Jesús (Mc 15,21)? ¿Es el «creyente distinguido» al que Pablo saluda en la carta a los Romanos «y a su madre, que es como si fuera mía» (Rom 16, 13)? A su silueta borrosa se han encomendado los cristianos desde la aurora del cristianismo este día (21 noviembre)

GELASIO I (+ 496). El nombre de Gelasio para mí va unido al Denzinger, aquel libro que cuando estudiábamos teología usábamos para probar tesis y aprobar exámenes, pese a que don Pedro Altabella nos dijo que teníamos que rezarlo de rodillas. El Denzinger, con fragmentos de sus escritos: De erroribus semel damnatis non rursus tractandis (161), De canone S. Scripturae (162), De primatu Rom. Pont. et Sedibus Patriarchalibus (163), De auctoritate Conciliorum et Patrum (165), De apocryphis “qui non recipiuntur” (166), De remissione peccatorum (167), De duabus naturis Christi (168). Nunca me fijé en la «S», de santo, que iba delante de su nombre. Y ahora me entero que aquel gran papa de origen africano «el más destacado del siglo V, después de S. León Magno, movido por su caridad sin medida y las necesidades de los indigentes, murió en la más extrema pobreza». Gran teólogo y gran antropófilo, alabado sea Dios (21 noviembre)


Noviembre 22

CECILIA (s. III). Apenas sabemos nada de esta mártir romana (quizá sólo que en su casa se reunía una comunidad cristiana). Pero pronto la leyenda imaginó para suplir lo que la historia olvidó. Y ya que la leyenda dice que Cecilia «cantaba en su corazón mientras resonaban los instrumentos musicales de sus nupcias», músicos y cantores la eligieron por patrona (22 noviembre)

FILEMÓN y APIA (s. I). La carta más breve del Apóstol de la gentes, empieza así: «Pablo, prisionero por Cristo Jesús, a nuestro querido colaborador Filemón, y a la hermana Apia». Matrimonio de Colosas, se les había escapado el esclavo Onésimo, y el prisionero les pide «con la certeza de que haréis más de lo que os pido» que sean buenos con Onésimo, que regresa con el valor añadido de haber sido bautizado por Pablo; y que le preparen hospedaje, para reponerse al salir de la cárcel. La casa del matrimonio era donde se reunía la iglesia de Corinto. Su casa, que hacia el año 70 se convirtió en altar donde fueron lapidados (22 noviembre)

PEDRO ESQUEDA RAMÍREZ (1887 – 1927). Nació en San Juan de Lagos, Jalisco. Monaguillo, seminarista, sacerdote en 1916, coadjutor en San Juan de Lagos el resto de su vida. Cuando la persecución se quedó en su pueblo para seguir a escondidas administrando los sacramentos. A quien le aconsejó escapar, le contestó: «Dios me trajo, Dios sabrá». El 18 de noviembre de 1927, el teniente coronel Santoyo, capturó al presbítero Esqueda. Permaneció incomunicado cuatro días en una pequeña habitación a oscuras. Torturado, le rompieron un brazo. El 22 de noviembre, fue conducido a Teocaltitlán. A la salida de la población Santoyo, localizó un árbol de mezquite cuyas ramas servían como tapanco de pastura. Con la intención de quemar a su víctima, ordenó al clérigo subirse al árbol encima del rastrojo. Ante la inutilidad de sus esfuerzos, con el brazo roto, Santoyo lo colmó de injurias y, acto continuo, le vació la carga de su pistola. Lacónicas actas de los mártires, escritas no en latín, con Santoyo en vez de Poncio Pilato, en Teocaltitlán en vez de Jerusalén, con un mezquite cuyas ramas servían de tapanco como Calvario. Con las mismas palabras del Maestro: «Padre, perdónale, porque no sabe lo que hace» (22 noviembre)

Noviembre 23

CLEMENTE I (s. I). Lino, Cleto, Clemente... Tercer sucesor de Pedro en Roma, que preocupado por lo revueltos que andaban los cristianos de Corinto, les escribió una carta de antología: «Ni los grandes podrían hacer nada sin los pequeños, ni los pequeños sin los grandes; la efectividad depende precisamente de la conjunción de todos. Tomemos como ejemplo a nuestro cuerpo. La cabeza sin los pies no es nada, como tampoco los pies sin la cabeza; los miembros más ínfimos de nuestro cuerpo son necesarios y útiles a la totalidad del cuerpo; más aún, todos ellos se coordinan entre sí para el bien de todo el cuerpo. El fuerte sea protector del débil, el débil respete al fuerte; el rico dé al pobre, el pobre dé gracias a Dios por haberle deparado quien remedie su necesidad. El sabio manifieste su sabiduría no con palabras, sino con buenas obras; el humilde no dé testimonio de sí mismo, sino deje que sean los demás quienes lo hagan». San Clemente, ¿por qué ha habido y hay tantos Corintos a lo largo de los siglos? (23 noviembre)

COLUMBANO (543-615). «Dos monjes encontraron en un viejo libro de la biblioteca del monasterio que había un lugar, al extremo del mundo, donde cielo y tierra se tocaban. Por lo que decidieron partir en su busca, para no regresar hasta haberlo encontrado. Recorrieron la tierra, corriendo innumerables peligros, sufriendo privaciones y las dificultades lógicas de una peregrinación tan prolongada. Y para colmo, les acecharon mil y una tentaciones, algunas realmente seductoras. Pero nada les desvió de su meta. Estaban convencidos de que en algún lugar existía la anhelada puerta. Y que bastaría con empujarla para encontrarse con Dios cara a cara. Por fin dieron con ella y llamaron temblando de emoción. La puerta fue abriéndose despacio. Entraron los dos monjes ansiosos y… se encontraron en el monasterio, cada uno en su celda». Esta historieta medieval refleja lo que para el abad Columbano eran los monasterios. Por eso fundó profusamente por Irlanda, Inglaterra, Borgoña, Suiza y Liguria. En Italia le llaman Columbano di Bobbio porque el último que fundó y donde murió fue en Bobbio. Agustín Altisent, monje de Poblet, escribió la historia de la puerta del cielo con lenguaje moderno: «He tenido que enseñar la parte monumental del monasterio a un grupo de universitarios extranjeros. Al final, un húngaro ha querido hablar a solas conmigo. Se ha informado sobre algunas cosas relativas a mi dedicación intelectual, etc. De repente, me ha dicho con timidez, si podía hacerme una pregunta delicada. “¡Claro!” Y le he recordado que los diplomáticos dicen que no hay preguntas indiscretas sino sólo respuestas indiscretas. La pregunta era: “¿Es usted feliz?”. Le he contestado que, felices felices lo son sólo las vacas y las coliflores. Que allí donde el hombre vive y tiene su gloria tiene también su pena y que todos los paraísos son perdidos hasta nueva orden (la que esperamos después de vuelta la última esquina). “Pero –he añadido con firmeza– eso sí: si tuviera que volver a empezar no sé lo que haría, pero sí sé lo mejor que podría hacer: volver a entrar, y precisamente aquí”» (23 noviembre)

PADRE PRO (1891 – 1927). Si Barlow escribe «Somos lo que somos por los encuentros que hemos tenido. Influimos en los otros con frecuencia sin darnos cuenta», yo puedo afirmar rotundamente: «Soy lo que soy por el Padre Llorente y el Padre Pro». Siendo seminarista nos leían sus maravillosas crónicas desde Alaska y nos hablaban del mártir mexicano. Ellos curaron mi miopía de corazón. Pasados los años he podido publicar “Cuarenta años en el Círculo Polar” y peregrinar a Guadalupe, Zac, a la humilde casa donde nació el Padre Pro. [Juan Pablo II en su visita a Zacatecas en mayo de 1990 recordó que el testimonio del Padre Pro le había estimulado vivamente en sus años de seminarista]. El Padre Reséndez me contó tantas «hazañas», hilarantes incluso, que me gustaría publicar un volumen con mil anécdotas de su vida, muchas al estilo de El candor, la sagacidad, el secreto del Padre Brown. Miguel Agustín Pro Juárez nació el 13 de enero de 1891. Jesuita a los 20 años, debido a la persecución religiosa termina sus estudios teológicos y es ordenado sacerdote en Enghien, Bélgica, el 30 de agosto de 1925. A la hora del besamanos cuando sus compañeros recibían los parabienes de sus familiares, él se fue a su habitación y ahí a solas, ante una foto de toda su familia les impartió la primera bendición sacerdotal. Antes de lo previsto, enfermo (del estómago, como san Bernardo), regresa a México. Allí no para, cual otro «fugitivo» confiesa, predica en voz baja, de estación en estación. Sus días tenían más de 24 horas. «La celebrazione quotidiana della santa Messa era il centro della sua vita, così come fonte di forza e fervore per i fedeli. Padre Pro aveva organizzato le cosiddette “stazioni eucaristiche” in domicili particolari, in cui quotidianamente si poteva ricevere di nascosto il corpo del Signore durante gli anni della persecuzione» (Juan Pablo II). Hasta que 23 de noviembre de 1927, acusado falsamente de estar involucrado en un atentado contra el dictador, muere gritando: "Viva Cristo Rey" (23 noviembre)

Noviembre 24

ANDRÉS DUNG LAC y COMPAÑEROS MÁRTIRES (s. XVIII-XIX). La lista oficial de los 117 mártires vietnamitas canonizados por Juan Pablo II, empieza con Andrés Dung Lac y termina con Vicente Tuong. Entreverados figuran 11 españoles dominicos (6 obispos y 5 sacerdotes) y 10 franceses (2 obispos y 8 sacerdotes). Repasar la lista es evocar una larga letanía de testigos de la fe, caídos por Dios y por Vietnam (que entonces se llamaba Tonkin, Annam y Cochinchina), teniendo presente que los canonizados en 1988 son sólo la cabeza del iceberg de los innumerables 130.000 sacrificados por profesar la fe, no en tiempos de Poncio Pilato, sino de Trinh-Doanh, Trinh-Sam, Canh-Trinh, Minh-Mano, Thieu-Tri y Tu-Duc (que evidentemente no aparecen en el tapiz de la canonización) (24 noviembre)

COLMAN DE CLOYNE (522 – 600). Imprescindible añadir lo «de Cloyne». [Colman probablemente fue el nombre más popular en la antigua Iglesia irlandesa. El martirologio de Donegal enumera 96 (santos, se entiende). El de Leinster, 209. ¡Que ya está bien!] El santo de hoy, al que con el tiempo apellidaron de Cloyne, nació en Cork. Era poeta y trabajaba de bardo en la corte de Cashel. Buena voz. Bautizado por San Brendan, harto de trasnochar en la corte, abrazó la vida monástica (nada es perfecto, porque tuvo que acostumbrarse a madrugar). Ordenado sacerdote, llegó incluso a predicar en su pueblo (los que no son sacerdotes no saben la felicidad de uno cuando le invitan a predicar en la Fiesta Mayor del pueblo. Y más si todavía viven los padres). Fundó la Iglesia de Cloyne, llegando a ser su primer obispo. Nunca perdió la finura de poeta. Bienaventurados los pueblos en los que florecen los poetas (24 noviembre)

FLORA y MARÍA (+ 856). Joven cordobesa que con su amiga María fueron encarceladas en tiempo de la persecución mahometana, coincidiendo en la cárcel con san Eulogio, tan chispeante en el decir y en el escribir. Les decía Eulogio que si salía con vida de aquella, en la segunda edición de su «Memorial de los santos» las incluiría a ellas. No hubo segunda edición corregida y aumentada aquí en la tierra, porque murieron antes, testificando que Jesús es el Hijo de Dios (24 noviembre)

Noviembre 25

CATALINA (s. inc.) Patrona de los amantes de la sabiduría, los filósofos. Su sepulcro es venerado en el célebre monasterio del Monte Sinaí. De ella cuentan que era una joven superdotada en inteligencia y en belleza. Como no podían contradecir sus explicaciones en favor de Jesús, camino, verdad y vida, la mataron. En la Edad Media la representaban discutiendo con los filósofos paganos (25 noviembre)

MERCURIO (+ 250). Sus «modernos» progenitores, por ir en contra de lo cristiano, le pusieron «Mercurio». Y así consta en la partida de nacimiento. Él creía que su familia comerciante pensaría en el dios romano protector del comercio, mensajero de los dioses. Evidentemente, no, por el elemento químico Hg 80, el de los termómetros de antes. Ni, por el planeta solar más próximo al sol. Cuando quiso bautizarse me consultó que qué nombre cristiano podría quedarle bien. Qué sorpresa cuando le dije que se quedase con Mercurio, nombre de santo cristiano, oficial romano martirizado en tiempos de Decio en Cesarea de Capadocia, cuya fiesta se celebra el 25 de noviembre. Además como había nacido un miércoles (día de Mercurio), miel sobre hojuelas. Así podríamos celebrar su «santo» cada semana. Lo hacemos (25 noviembre)

PEDRO YI HO-YONG y ÁGUEDA YI SO-SA (1838) Navegando por el mar de Corea, repasando la lista de 103 mártires coreanos canonizados el 1984 por el papa Juan Pablo II, descubrimos que no todos murieron ni el mismo día ni el mismo año. Que los primeros, los protomártires, fueron el catequista Pedro y su hermana Águeda. Ambos permanecieron inquebrantablemente firmes en la fe, pese a romperle a Pedro tres huesos y tenerles encarcelados durante cuatro años. «Concédenos, Señor Jesús, por su ejemplo e intercesión, perseverar también nosotros hasta la muerte proclamando nuestra fe» (25 noviembre)

Noviembre 26

SIRICIO (+ 399). Es un santo al que profeso agradecida devoción desde los tiempos del Denzinger. Por «su culpa» me dieron sobresaliente en Historia de la Iglesia. Ahora que el Padre Llorca está en la gloria puedo contarlo. Me preguntó por san Dámaso y las catacumbas. Para mayor abundamiento le hablé de su sucesor, San Siricio. Del que él ni lo había mentado en clase. En el Denzinger no me habían llamado la atención los temas: De primatu Romani Pontificis (87); De baptismo haereticorum (88); De matrimonio christiano (88ª); De coelibatu clericorum (89); De ordinationibus monachorum (90); sino que hubiese escrito en el año 385 una carta a Himerio, obispo de Tarragona. Tarragona, mi ciudad. Agradecido, luego me «especialicé» en san Siricio. El gran Ambrosio de Milán le consideraba un verdadero maestro. Y él, Papa de 384 a 399, no tenía reparo es decretar con energía: jubemus, inhibemus, mandamus, decernimus, intemerata permaneat, tenenda sunt decretalia constituta… San Siricio, gracias (26 noviembre)

LEONARDO DE PORTO MAURICIO (1676-1751). Ojos azules, hijo de marinos genoveses. En vez de viajar por el mar, durante cuarenta y cuatro años recorrió Italia de norte a sur predicando ardorosamente. Inquieto soñador: «Cuando muera revolucionaré el paraíso y obligaré a los ángeles, a los apóstoles, a todos los santos a que hagan una santa violencia a la Santísima Trinidad para que mande hombres apostólicos que conviertan la tierra en cielo». Señor, hazle caso (26 noviembre)

SANTIAGO ALBERIONE (1884–1971). Cuando tenía 85 años, el papa Pablo VI dijo en la audiencia del 28 de junio de 1969: «Miradlo: humilde, silencioso, incansable, siempre alerta, siempre ensimismado en sus pensamientos, que van de la oración a la acción, siempre atento a escrutar los “signos de los tiempos”, es decir, las formas más geniales de llegar a las almas... Nuestro P. Alberione ha dado a la Iglesia nuevos instrumentos para expresarse, nuevos medios para vigorizar y ampliar su apostolado, nueva capacidad y nueva conciencia de la validez y de la posibilidad de su misión en el mundo moderno y con los medios modernos. Deje, querido P. Alberione, que el Papa goce de esta prolongada, fiel e incansable fatiga y de los frutos por ella producidos para gloria de Dios y bien de la Iglesia».
El 26 de noviembre de 1971 dejó la tierra para ocupar su sitio en la Casa del Padre. Sus últimas horas se vieron confortadas con la visita del papa Pablo VI, que nunca ocultó su admiración y veneración por el P. Alberione.

Desde que estoy en Roma he recibido más de una carta pidiéndome reliquias de santos. ¡Pobre de mí, vaya compromiso! Hasta que me di cuenta de que tengo un arsenal. Del santo fundador de la Familia Paulina conservo no huesos, sino algo mejor, jirones de su alma.
Le escribí preguntándole por qué se había hecho sacerdote, y el varón de Dios me contestó con esto:
«Don Jorge: Escribo estas líneas por obediencia a mi Superior General, Don Alberione, que me ha pasado el encargo de responderle. La historia de mi vocación no le interesará seguramente, porque usted está haciendo una encuesta sobre personas «conocidas y amadas» también de fuera de España, y yo no soy más que un sacerdote de la masa, de la cual no deseo separarme, siguiendo en el sitio donde Dios quiere que esté.
La primera vez que sentí claramente en mí mismo la llamada al sacerdocio fue hacia la edad de nueve años. En mi interior, ningún problema me turbaba el espíritu; en el exterior, todo llevaba hacia Dios: el santo evangelio dominical, que nos explicaban a los niños; la lectura de las vidas de los mártires, sobre todo san Tarsicio, me entusiasmaba. Y luego las recientes persecuciones en México y en España, me infundieron un deseo ardiente de martirio. Acababa de recibir la Confirmación.
Un día, volviendo con el pensamiento a la venerada figura del sacerdote que todos los domingos nos explicaba a los niños el santo evangelio, sentí un deseo inmenso de llegar a ser como él, sacerdote. Tenía que tomar, entonces, alguna decisión práctica, hablar, actuar... pero no tuve valor. Tenía miedo de que el sacerdote no tomase en serio mi petición, miedo de lo que dirían mis compañeros, miedo de tener que cambiar completamente una vida en la que entonces estaba tranquilo. Y además: ¿con qué palabras manifestarme?, ¿dónde y en qué ocasión?
Al terminar la escuela elemental dejé de estudiar, porque mis padres quisieron orientarme a un trabajo capaz de asegurarme el porvenir y a la vez de procurar algún ingreso para las necesidades de la familia. Llegué así a la edad de catorce años. Fue un período de grandes agitaciones.
Entonces sentí la necesidad de volver a los fervores de la infancia para encontrar un punto de apoyo en una lucha que sentía muy superior a mis pobres fuerzas.
Ya no me atrevía a esperar en el sacerdocio; creía que era demasiado tarde. Sin embargo, pensé que haría bien militando en las filas de la Acción Católica: para mi espíritu sería una buena salvaguardia y para mis deseos apostólicos un buen sustitutivo del sacerdocio. Pero ¿estaría a la altura de la nueva clase de personas a que pensaba pertenecer? ¿cuál sería la voluntad de Dios?
Entonces trabajaba yo de aprendiz, y muchas veces recibía propinas: diez o veinte céntimos, ordinariamente; cincuenta céntimos muy raramente; una lira, en alguna rarísima ocasión. Quería un signo del cielo y me dije a mí mismo que sería éste: si antes de la una de la tarde de ese día recibía una propina de dos liras, en una sola pieza y no en calderilla. Era como pedir un milagro, cuánto más que ese día no había todavía ninguna perspectiva de trabajo. Pero el Señor debió tener en cuenta mi ignorancia y bobería, y no desdeñó darme la señal pedida, para hacerme comprender cuál era su voluntad: quería volverme a llevar gradualmente a la idea del sacerdocio, y el inscribirme en la Acción Católica sería en sus designios el primer paso decisivo. Recibí en efecto una propina de dos liras, en una sola moneda, minutos antes de la una, y me quedé aturdido.
La vida en la Acción Católica sirvió mucho para afinar mi espíritu y remover la ceniza que se había acumulado en el pequeño fuego del amor de Dios
Entonces oía la misa de los domingos en los padres capuchinos. Un día en misa vi a mi lado dos muchachos, unos años más jóvenes que yo, ya revestidos del hábito capuchino ¡Cómo! –me decía a mí mismo–, éstos, tan jóvenes, se han dado totalmente al Señor, y yo en cambio... ¿qué espero?
Volví a casa, pero, por miedo a que me tomaran a broma, me limité a decir, casi distraídamente y sin dar ningún peso a las palabras, que me gustaría ser sacerdote.
Pocos días antes había dicho que quería ser actor de cine, y antes me había puesto a escribir una novela, por el gran deseo que me había entrado de ser escritor. Decía muchas cosas en esos tiempos, sin esperar nunca que nadie pudiese ayudarme a realizar nada.
Sin embargo, mi hermana debió intuir que esa mañana las palabras habían subido del corazón y no de la fantasía caldeada, porque no dejó caer en el vacío el deseo que había expresado. No dijo nada, pero se interesó mucho, hasta que un día me di cuenta de que el sueno iba a convertirse en una auténtica realidad.
Pasé entonces por un período de fervor, casi diría de furor espiritual. Sentía el deseo de hacerme sacerdote, como a la edad de nueve años, pero esta vez dominaba un elemento nuevo, la vocación religiosa, entendida como una atracción sin precedentes hacia la entrega total de la vida, y una necesidad irresistible de manifestar al Señor mi amor a Él en la búsqueda encarnizada de todo sacrificio y de toda humillación.
Pedí insistentemente a los capuchinos que me recibieran entre sus aspirantes, pero no fue posible: me pusieron grandes dificultades, por mis estudios, interrumpidos hacía cuatro años, por mi edad ya avanzada, por el curso académico, ya mediado. Viendo inútil todo intento, me dirigí a los salesianos, los cuales me pusieron las mismas dificultades, y además la pensión resultaba demasiado alta para las escasas posibilidades de mi familia. Algunos me dijeron que probara todavía con los Barnabitas o los Paulinos. Mi madre dijo entonces: «Ya estamos en la calle: ahí están los Barnabitas, allí los Paulinos. Elige: ¿dónde quieres ir?»
Tenía que decidir. Había renunciado a toda atracción personal y quería sólo conocer cuál era la voluntad de Dios: ¿con los Barnabitas o con los Paulinos? Hice entonces una especie de escrutinio: ¿Cuántos me habían aconsejado ir con los Barnabitas? Dos. ¿Cuántos con los Paulinos? Tres. Luego ya no podía tener duda: tenía que ser Paulino. Y me dije decidido: «Vamos allá.» Imaginaba que los de san Pablo eran una orden mendicante: quizá tendría que ir a pedir limosna, pero ¿qué importa? Tanto mejor: humillación, sacrificio, eran palabras que sonaban gratas en mis oídos.
El Señor no quiso que me dedicara a mendigar dinero, sino vocaciones: y ahora soy feliz de hacer su voluntad.
Con estos medios, pues, he sido llamado y vuelto a llamar por el Señor: una moneda, un hábito, echar a suertes… El Señor se adapta siempre a nuestra mentalidad, aunque sea infantil, usando medios que muchas veces parecen tonterías a los ojos del mundo. C.P.».

Preparaba entonces mi tesis doctoral nada menos que sobre «Psicopedagogía de los factores existenciales de la vocación sacerdotal». Y Don Alberione me enviaba esa reliquia, esa cura de humildad.
Todos los 26 de noviembre me encomiendo al santo fundador de la Familia Paulina (26 noviembre)

Noviembre 27

FACUNDO y PRIMITIVO (s. IV). ¡Las raíces cristianas de un pueblo! Los datos escuetos, expurgados todos los adheridos legendarios, son: «Dos cristianos, llamados Facundo y Primitivo, fueron martirizados a orillas del río Cea a comienzos del siglo IV». Sólo. Cuando la repoblación, donde murieron, se construyó un templo. Al lugar, llamado Camala por los romanos, poco a poco la piedad cristiana lo fue llamando: donde están las reliquias de los “Domnos sanctos” (señores santos), luego: donde “Sanctus Facundus”, Sant Fagún, Safagún, Sahagún. El monasterio de Sahagún se convirtió en tiempos de Alfonso VI de León en el centro más importante de la reforma cluniacense en España. Ahora litúrgicamente en la diócesis de León el 27 de noviembre la memoria de San Facundo y San Primitivo es obligatoria. Como debe ser (27 noviembre)

SANTIAGO INTERCISO (+421). Que sí, que la fiesta de Santiago es el 25 de Julio. Y que Santiago-Santiago no hay más que uno. De acuerdo. Pero hay otros: Santiago II, el pariente del Señor (3 de mayo, con san Felipe apóstol también)… y uno que lleva el sobrenombre de «Interciso». [Dice el Diccionario: Interciso: del latín intercidere: cortar por la mitad o por medio]. Interciso de verdad: le martirizaron haciéndole añicos: cortándole en vida los dedos de las manos, los dedos de los pies, las manos, brazos, pies, piernas… finalmente la cabeza: 28 partes). Tanto ensañamiento injustificable tenía un porqué: habiendo ocupado un puesto relevante en la corte real, renegó de Cristo para congraciarse con el rey Iasdigerd. Pero al enterarse de aquella monstruosidad su madre y su esposa le enviaron un terminante «aut aut». Y por la cuenta que le tenía borró el reniego y empezó a estudiar Sagrada Escritura. El enfado real fue realmente terrible. (¿Qué dirían los Novacianos de ese ex-lapsus?). Santiago interciso, pecador arrepentido, modelo urgente para muchos desterrados hijos de Eva, consíguenos unos gramos de arrepentimiento, de fe y de fortaleza (27 noviembre)

TOMÁS KOTEDA KIUNI (+ 1619). Y Bartolomé Seki, Antonio Kimura, Juán Iwanaga, Alejo Nakamura, León Nakanishi, Miguel Takeshita, Matías Kozasa, Román Matsuoka Miota, Matías Nakano, Juan Motoyama, decapitados todos por odio a la fe por orden del gobernador Gonzuku en Nagasaki. Recordarlos hoy (a Gonzuku también, igual que cuando rezamos el Credo decimos el nombre de Poncio Pilato) es una manera de alabar a Dios que les dio la fe y la fuerza para confesarle. Silabear esos apellidos, para vacunarnos de dislexia eclesial. Formando parte de un coro polifónico, no sea que al llegar al cielo tengan que darnos clases de solfeo cristiano (27 noviembre)
J.S.V.

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