Domingo 32 ordinario: VELAD PORQUE NO SABEIS
NI EL DIA NI LA HORA
“La Gracia es cosa de dos”, solía yo decirles
a mis alumnos de teología. La Gracia acontece cuando Dios y el hombre entran en
comunión por una relación de amistad. Debe quedar claro que entre las partes no
se da una igualdad entitativa. Dios siempre tiene la iniciativa y además es el
que posibilita mi realidad y por tanto mi respuesta. Pero Dios espera mi
respuesta. Toda la historia de la Salvación es una aventura donde Dios sale
permanentemente a la búsqueda del hombre y donde el hombre, tantas veces, se
hace reticente y hasta se esconde para no ser encontrado. Dios tratará de
encontrarlo, de acosarlo y hasta de empujarlo o llevarlo de la mano para que
vaya con Él hacia la casa definitiva. Este es el gran misterio de Amor de Dios.
Y de esto hablan las lecturas de hoy, fijándose sobre todo en la realidad
hombre, en nosotros que estamos en el campo de acción del Amor de Dios y que
tantas veces nos hacemos los remolones, nos despistamos y nos justificamos.
La primera lectura (Sabiduría 6, 12-16) nos
dice que la Sabiduría (personificación de Dios mismo) es como el sol. Está ahí.
Es para todos. Lo puede encontrar quien lo busque. Basta con salir a la puerta
de la casa y ponerse bajo su acción. No hace falta conquistarlo. Él se nos da
de gratis. Pero por lo menos hay que buscarlo, hay que salir de la caverna, hay
que dejarse embriagar por su luz y su calor. De esa forma nos puede invadir,
caldear, revitalizar, iluminar y si nos quedamos mucho al sol hasta nos iguala
a él. Nos quema y hace que ardamos. (No hace falta que lo intentéis, pero si se
trata de Dios, no tengáis miedo que arda en vosotros su amor).
La segunda lectura (1 Tesalonicenses 4,
13-17) nos habla de otro encuentro, del encuentro con el Señor Jesús que viene
para llevarnos con Él. La lectura habla de la muerte, pero no como preocupación
de la comunidad. Lo que preocupa a la comunidad es el retraso de la “segunda
venida del Señor”, de su venida en gloria. Esperaban ansiosamente este encuentro
con el Señor, y la muerte de algunos de ellos les parecía que truncaba esta
esperanza y este encuentro con el Señor. Por eso Pablo les dice que no se
preocupen porque todos llegaremos a ese encuentro con el Señor, que viene a
buscarnos para llevarnos con Él a la casa del Padre. (Repite la imagen del
novio que viene para llevarse en el cortejo a la novia hacia su casa). Los que
han muerto RESUCITARAN. Esta es la convicción de Pablo. La muerte no es un
obstáculo. Es un paso, un trámite; pero no es lo definitivo ni mucho menos.
El evangelio (Mateo 25, 1-13) es la
culminación de su discurso escatológico (mirada al final de la historia) que
nos introduce en los albores del tiempo de adviento. Escuchamos una parábola
que pretende tan solo decirnos que “velemos, porque no sabemos ni el día ni la
hora”. Jesús lanza nuestra mirada al
futuro último que es el encuentro con Él para entrar de lleno en la Vida de
Dios. El día y la hora no nos han de angustiar; es más será un día de
liberación y de triunfo; pero ese día debe ser trabajado y preparado cada día.
No nos podemos dormir ni entretener con cosas que nos despisten; hemos de tener
“ojo avizor” para encontrar cada día las presencias o venidas “menores” de ese
“Señor que viene y que vendrá”. Las vírgenes, que la parábola llama
“prudentes”, habría que llamarlas “avispadas”, “vivas”, perspicaces o hasta
“picaras”, porque saben aprovechar sus posibilidades. Su prudencia no es
mojigata sino activa y despierta. Ante el Reino de Dios que vendrá, nuestra
actitud debe tener toda esa vitalidad y debemos ser infatigables; no venirnos a
bajo porque las cosas no salen o porque parece que nunca llega ese Reino
esperado, e incluso nos puede parecer que cada vez está más lejos. No podemos
perder la esperanza y una esperanza activa.
¿Qué es el aceite? No pretendo buscar
alegorías, porque la parábola no lo pretende. Pero hay una frase que me llama
la atención. Es el diálogo de Jesús con las vírgenes imprudentes. Ellas dicen:
“Señor, Señor, ábrenos”. Respuesta: “Os aseguro, que no os conozco”. El “Señor, Señor” nos retrotrae al sermón del
monte donde San Mateo en 7, 21 dice: “No todo el que dice “Señor, Señor”
entrará en el reino de los cielos, sino aquel que hace la voluntad del Padre
que está en los cielos. Tenemos que la clave está en las Bienaventuranzas. Ese
es el aceite. En todo momento querer hacer la voluntad del Padre. Y esto no
puede dejarse para mañana; no es una tarea secundaria o para un determinado
tiempo; sino que es siempre, cada día, en todo momento. Esta es la “tensión”
que hemos de mantener a lo largo de todo nuestro discipulado, de toda nuestra
vida, en el seguimiento de Jesús. Entrar en comunión con Jesús es vivir desde
su mismo espíritu y en comunión de Espíritu. El capítulo 25 que hoy empezamos
culminará con aquello de “tuve hambre y me disteis de comer”. Ahí está el
aceite que ilumina, quema y se gasta. Ahí está la vida cristiana. Por ahí pasa
el Reino de Dios. Estar atentos, vigilantes de que el Señor venga (viene)
vestido de harapos, o esté caído en la vereda y no nos demos cuenta de que es
él porque estamos ocupados en otras cosas.
Última nota. El aceite es intransferible.
Cada uno de nosotros hemos de tomar la responsabilidad de nuestra vida y decir
AMEN a la voluntad de Dios. Nadie lo puede hacer por mí. Es mi opción personal
que solo yo puedo tomar. Podemos y debemos caminar juntos, ser solidarios, etc,
etc,; pero hay cosas que no puede hacer uno por otro. La opción por Dios, el
dejar que Dios entre en mi vida es algo que solo yo puedo hacer. Solo yo puedo
abrir mis compuertas para que Dios me inunde; solo yo puedo salir de mi caverna
para que el sol me ilumine.
Gonzalo Arnaiz, scj
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