viernes, 3 de febrero de 2012 | |


JESUCRISTO,  LA  CRUZ  Y  EL  SUFRIMIENTO

            Todos los hombres, o para no ser tan exhaustivos, la mayoría de ellos, rehusamos el sufrimiento, la angustia, el desasosiego, la amargura, las lagrimas, el dolor...; todo aquello que nos causa un trastorno físico y anímico y que no estamos dispuestos a aceptar ni tolerar. Somos capaces de hacer cualquier cosa con tal de evitarlo.

            Y esto se acentúa mucho más cuando se trata de la muerte. Nos cuesta muchísimo, si es que alguna vez logramos entender, aquellas palabras referidas a ella del apóstol San Pablo, "morir es con mucho lo mejor" (Flp 1,23)

            Por todos estos motivos, son muchos los cristianos que alguna vez se han hecho estas o parecidas preguntas: Si Jesús tiene naturaleza divina ¿por qué tuvo que morir? ¿Por qué tuvo que sufrir la ignominia de la cruz? ¿No podía Dios haberlo librado de morir y de hacerlo de esa manera? ¿No tenía otra forma Dios de perdonarnos? ¿Era necesario que el Hijo de Dios padeciera por nosotros?

            Estas o similares preguntas se las harían, probablemente, los mismos contemporáneos de Jesús. Son tan antiguas como el mismo cristianismo. Lo manifiestan aquellas palabras de la Escritura: "Nosotros predicamos a un Cristo crucificado, escándalo para los judíos y necedad para los gentiles" (1ª Cor 1,23)

            Y si este hecho es la voluntad del mismo Dios que lo ha querido así: ¿Qué ha querido Dios manifestarnos? ¿Qué ha querido decirnos?

            Cuando el Niño-Dios fue presentado en el Templo, el anciano Simeón ya predijo con estas palabras lo que sucedería: "Éste será puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten, y para ser señal de contradicción como una bandera discutida; así quedará clara la actitud de muchos corazones"(Lc 2,34-35)

            Santo Tomás de Aquino, presbítero, teólogo y filosofo, de la Orden de Predicadores, Doctor de la Iglesia católica, en sus "Confesiones" nos aclara de una forma como el acostumbra, fenomenalmente didáctica, estos porqués.

            Para ello aduce dos razones. La primera, para remediar nuestros pecados; la segunda, para darnos ejemplo de cómo hemos de obrar.

            Pero, ¿tanta importancia tienen nuestros pecados? Sin duda alguna los tienen para Dios. Verdaderamente, esta es la primera consecuencia que no deberíamos olvidar nunca. La teníamos que tener siempre presente. Jesús nos ha rescatado, nos ha comprado, pagando por ello un alto precio. Ha derramado su sangre en la cruz por todos nosotros. Dios, con ello, quiere dejar constancia de la locura de la cruz. El mismo Dios nos quiere con locura. Quiere grabar en nuestro corazón aquellas mismas palabras que escucho el pueblo elegido, el pueblo de Israel: "Así dice Dios: Antes de mi no fue formado otro dios, ni después de mi lo habrá. Yo, yo  soy  Dios, y fuera de mi no hay salvador"  (Is 43,10-11) "Yo soy el primero y el último, fuera de mi no hay ningún Dios" (Is 44,6)

            La segunda de las razones hace referencia a nuestro modo de vivir. La pasión y muerte de Jesús debe servirnos de guía y modelo. A ella, podemos y debemos recurrir en cualquier circunstancia en que nos encontremos. Siempre encontraremos respuesta a todas nuestras inquietudes, turbaciones, desasosiegos, angustias y sufrimientos.

            En la cruz encontramos el ejemplo a seguir. Ella es la luz que ilumina, el faro esplendente al que debemos dirigir nuestra mirada.

            En ella encontramos el mayor ejemplo de amor. "Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos" (Jn 15,13). El mayor ejemplo de obediencia y humildad. "Se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz" (Flp 2,8)

            También encontramos una manera de vivir totalmente diferente a como nos enseña el mundo. Vemos como se puede perdonar, incluso a los enemigos, no dejándoles de amar. Jesús fue desnudado en la cruz pues se repartieron sus vestidos; escarnecido, escupido, flagelado y coronado de espinas. Le pusieron una caña en su mano derecha en señal burlesca de realeza. Y cuando dijo que tenía sed, le dieron de beber hiel y vinagre. Ante tales hechos no salió nunca de su boca una queja o una palabra malsonante. Todo lo contrario, termino su vida con una frase que es todo un ejemplo para nosotros. "Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen" (Lc 23,34)

            Si en la cruz y en la muerte de Jesús vemos cumplidas todas estas virtudes que nos sirven de ejemplo, no se comprende el porqué de muchas personas e Instituciones que quieren erradicar de los colegios y de otros sitios el crucifico. Posiblemente porque la cruz nos denuncia permanentemente nuestra manera de estar en la vida. No  pueden soportar que lo que fue y sigue siendo para muchos una necedad y un  escándalo les afee su actitud antes las personas con las que se relacionan.

            Para los que vemos en ella, además de todas estas cosas, una mirada misericordiosa del que allí está colgado, no dejamos de recordar: "¡Felices los que sufren en paz con el dolor, porque les llega el tiempo de la consolación!" (Himno de Laudes. Miércoles 4 semanaT.O.)

            Fco. Javier Burguera Sarró

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