viernes, 16 de marzo de 2012 | |

Cuaresma: Tiempo de orar


CUARESMA; TIEMPO DE ORAR

            Si siempre y en todo lugar "tenemos que levantar la mirada a lo alto de donde nos viene el auxilio" (Sal 121,1) más si cabe en este tiempo de gracia que es la Cuaresma. La Iglesia nos invita a prepararnos para la Pascua del Señor.
            En medio de la vorágine que nos invade, nos es urgente hacer un alto en el camino, pararnos a reflexionar e intentar como dice Benedicto XVI un cambio interior que nos conduzca al arrepentimiento.
            Nos apremia escuchar y seguir a Jesús que nos dice "pedid y recibiréis" (Jn 16,24)
            Para ello es llegada la hora de reconocernos poca cosa, limitados, pequeños, muchas veces desilusionados, faltos de confianza y esperanza, pecadores. Porque son muchísimas las veces que hacemos lo que no queremos hacer y dejamos de hacer lo que queríamos llevar a cabo.
            Con la actitud del publicano del Evangelio, sin tan siquiera atreverse a levantar la mirada, abandonémonos como un niño pequeño en los brazos de nuestro Padre del cielo, y pidámosle en primer lugar perdón por tantas infidelidades.
            Muchas veces por ni tan siquiera reconocer nuestros pecados, tanto ha sido nuestro orgullo y nuestra soberbia.
            Por desoír tantas veces tu voz. Por habernos hecho los sordos. También los ciegos. Por haber pasado de Ti. Por no haberte querido o sabido reconocerte en aquellos que tú mismo has puesto en nuestro camino, haciéndote el encontradizo; los pobres, los indefensos, los sencillos, los desheredados y marginados. A aquellos que no les hemos tendido la mano.
            Por creernos mejores que los demás. Por colocarnos un escalón o varios por encima de ellos. Incluso por haber denigrado a algunos. Por entrar en juicio y murmuración con tanta gente Por no tener como Tú las tienes, entrañas de misericordia, y aplicar una vara de medir distinta de la que Tú aplicas.
            Por no intentar siquiera escuchar y comprender a los demás. Por rechazar de antemano a los que no piensan como nosotros. Por tratarlos muchas veces con desdén, sino es con odio y rencor.
            Por no perdonar como Tú nos perdonas.
            Po no haber confiado siempre en Tí. Por tantas y tantas veces que hemos dudado de tu amor desinteresado y sin límites.
            Por no haber dado la cara por tí. Por nuestros miedos, por el que dirán, por las escusas que nos hemos inventado. Por tantas veces haberte negado.
            Por nuestras faltas de sinceridad contigo. Por no haberte considerado como un Padre.
            Por nuestra falta de amor. Por tenerlo muy pequeño o no tenerlo. Por habernos aferrado a la ley y no al amor, cuando la ley mata y el espíritu vivifica.
            Por habernos escandalizado de la cruz. Por haberla rechazado. Por no haber visto en ella un signo de vida y no de muerte.
            Por todas estas faltas y otras muchas más, te pedimos:
            Que nos des el don de reconocernos profundamente pecadores y podamos considerar a los otros como superiores a nosotros.
            Que nos aumentes nuestra poca fe. Que nos asientes en la esperanza.
            Que arranques de cuajo nuestro corazón soberbio y nos lo cambies por un corazón sincero, capaz de amar incluso a nuestros enemigos
            Que sepamos apreciar toda la belleza que encierra la creación y podamos ver en ella tu mano poderosa y tu amor por la humanidad.
            Que no te arrepientas nunca de haber dado al hombre las llaves de la tierra y de todo cuanto encierra. Que los descubrimientos de toda índole sirvan al hombre y no sea el hombre quien sirviéndose de ellos, los emplee para destruir y matar.
            Quisiéramos tener un corazón agradecido que brotase de él la bendición y la alabanza a Tí que eres el Bien Supremo, Fuente de todo bien. Por eso:
            Te damos gracias porque nos perdonas constantemente, tantas veces como te somos infieles. Nunca te cansas de perdonarnos. ni tampoco de nosotros.
            Gracias porque nos amas a pesar de no merecerlo. Porque cuidas de nosotros. Porque aunque nos reprendes como un Padre bueno, es para nuestro bien. Porque tu amor no tiene fin.
            Nos despedimos de Tí con unos versos de Miguel de Unamuno:
            "Agranda la puerta, Padre, porque no puedo pasar. La hiciste para los niños, yo he crecido a mi pesar. Si no me agrandas la puertas, achícame por piedad; vuélveme a la edad bendita en que vivir es soñar".

            Fco. Javier Burguera Sarró

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